Diario de Mallorca

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Crónica de antaño

Gigantes en el folklore palmesano

Los gigantes de Cort, tras su restauración en 2005. Miquel massutí

Los gegants, caparrots y cavallets, las àligues [águilas] o els cossiers son algunas de las figuras que han configurado durante siglos las danzas populares de Mallorca. Sin duda, los gigantes han estado siempre en el imaginario colectivo. Basta leer las rondallas mallorquinas para comprobar su importante presencia en el acervo popular. Según el cronista Juan Muntaner sus orígenes en procesiones populares se remontan a la época medieval, concretamente a los entremeses que a manera de representaciones ambulantes formaban parte de la procesión del Corpus. Tal como nos recuerda Pau Tomàs, la primera noticia que nos dan los documentos sobre la existencia de estos seres mitológicos en las procesiones se remonta a 1424, y nos sitúa en la fiesta del Corpus que se realizó en la ciudad de Barcelona. Aquel año, en una de aquellas escenificaciones bíblicas que se representaban durante la procesión, aparecía " Lo Rei David ab lo Giguant". Según Tomàs "Intentaban dar a conocer al pueblo los pasajes más importantes tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Por tal motivo se habían incorporado elementos heredados de antiguos cultos paganos, ancestrales, mágicos...y se habían adaptado a la corriente religiosa dominante". De esta manera, empezaron a desfilar Águilas (Àligues), bueyes, mulas, cavallets? La primera giganta se documenta en Tortosa en 1548.

Juan Muntaner nos recuerda que la primera pareja de gigantes documentados en Mallorca son los de Sóller, en 1630, pues a las comparsas de " diables boïets, cossiers i cavallets" se le añadieron una " gegant i una geganta". Mosén Bartomeu Mulet localizó en 1653 un gigante en Sineu; mientras que en Alcúdia se documenta otro en 1690. En cambio, hay que esperar a 1734 para encontrar por primera vez unos gigantes en la procesión del Corpus de Palma. Curiosamente, ese año el Ayuntamiento de Palma encargó nada más y nada menos que cuatro parejas de estas figuras con la intención de incorporarlas a los entremeses del Corpus "al igual de lo que se hace en todas las Catedrales de España". Aquellas ocho figuras simbolizaban, por parejas, los cuatros continentes: Europa, Asia, África y América. Según Muntaner, a estas cuatro parejas, años más tarde, se le añadió una giganta que sostenía en brazos un pez, la cual simbolizaba el mar. Según Tomàs "esta curiosa concepción de representar al mundo a través de gigantes parece que nace en el Corpus de Castilla, concretamente en la ciudad de Burgos y posteriormente se adapta, entre otras ciudades, en Valencia o Palma".

Pero con el paso de los años, esos entremeses se fueron deteriorando y muchas veces se convirtieron en una caricatura de lo que habían sido. De este modo, la naturalidad y espontaneidad popular de esas representaciones no tardaron en sobrepasar los límites marcados por el buen decoro de la época.

Ese deterioro paulatino de la fiesta explica la prohibición dictada por Carlos III en 1780. Efectivamente, aquel año el rey publicó una Real Cédula, la cual vale la pena reproducir: "Sabed que, habiendo llegado a mi real noticia algunas notables irreverencias, que en la fiesta del Santísimo Corpus Christi de este año se han cometido con ocasión de los gigantones y danzas, en donde permanece la práctica de llevarlos en la procesión de aquel día y teniendo presentes al mismo tiempo las razones que el mi Consejo me manifestó en consulta de diez de abril de mil setecientos sesenta y dos, tratándose de los gigantones de Madrid, y lo resuelto por mí a la citada consulta, en que fui servido mandar se quitasen y cesasen en Madrid para lo sucesivo los gigantones, gigantillas y tarascas, porque semejantes figurones no solamente no autorizaban la procesión y culto, del Santísimo Sacramento, sino que su concurrencia causaba no pocas indecencias, por lo cual no se usaban en Roma ni un muchos pueblos de España, pues no sólo servían a aumentar el desorden y distraer o resfriar la devoción de la Majestad Divina: por mi real orden comunicada al mi Consejo, en diez de este mes, he resuelto: Que ninguna iglesia de estos mis Reynos, sea catedral, parroquial o regular, haya en adelante tales danzas, ni gigantones, sino que cese del todo esta práctica en las procesiones y demás funciones eclesiásticas, como poco conveniente a la gravedad y decoro que en ellas se requiere". Parece ser que la Real Cédula obtuvo los resultados deseados, pues, según denuncia el Cronicón Mayoricense, en 1781 "salió la procesión sin los jigantes y demás figuras llamadas diables boiets y caballs cotoners".

De esta manera algunas de estas figuras fueron olvidadas y se perdieron en el tiempo, o pervivieron únicamente en alguna villa de la isla. En cambio, a pesar de la prohibición, sabemos que algunos años, en Palma, sí salieron los gigantes y demás figuras en la procesión del Corpus. Así lo demuestra el testimonio, una vez más, de Pere d'Alcàntara Penya, que de niño, a principios del siglo XIX, todavía pudo ser testigo ocular de estas danzas. Ya de anciano, el insigne poeta costumbrista dejó escrito aquellos recuerdos en su libro Poesies en mallorquí popular (1892). En una de esas poesías, concretamente en La processó del Corpus, aparecen algunas de esas figuras tradicionales del folklore insular: "... I ei anaven els gegants/de l'iglesia del Socós/ els cavallets elegants/ les àligues i tres infants/ vestits de San Juan pelós,/ amb lo xot de bondeveres/ i bandereta d'estam". Es decir, sorprendentemente, a principios del siglo XIX todavía salían a bailar por las calles de Palma els gegants, els cavallets y les àligues. Parece ser que en el ocaso del siglo XIX ya no quedaban si no recuerdos de los gigantes. Pero en 1902 sucedió un acontecimiento que provocó el resurgimiento de estas figuras mitológicas. En Barcelona, ese año, tuvo lugar el primer encuentro de la historia de " Gegants i monstros antichs". Según las crónicas, allí se congregaron unas ciento cincuenta mil personas. Entre esa multitud debió haber más de un mallorquín que debió regresar entusiasmado a la isla. Sea como fuere, lo cierto es que en 1903 el Ayuntamiento de Palma alquiló dos gigantes a un establecimiento de la ciudad condal, con la intención de hacerles participar en las Ferias y Fiestas de la ciudad de Palma. Tuvieron tanto éxito, que al año siguiente el Consistorio decidió encargar una pareja de gigantes a la fábrica de "La Roqueta". El gigante y la giganta ( en Tòfol y na Bet-Maria, luego rebautizada por na Francinaina) fueron ataviados con el traje tradicional de los payeses mallorquines. Como singularidad cabe decir que sus ojos era móviles y de la pipa de Tòfol salía humo de verdad. Los gigantes, y una serie de cabezudos, fueron los auténticos protagonistas de la destacada Festa de l'Estendard de 1929. Estos maravillosos gigantes pervivieron hasta 1936, momento en que desaparecieron en Barcelona sin dejar rastro (asistían a la Olimpiada Popular), tras el Alzamiento Nacional. En los años cuarenta, el Ayuntamiento volvió a encargar otra pareja de gigantes, esta vez a Sebastià Alcover. Pero al cabo de unos años, un fuerte viento los derribó mientras estaban expuestos en la entrada de Cort, la desgracia fue aprovechada por unos jóvenes que, en un acto vandálico, los destrozaron del todo. Pero el Ayuntamiento no se rindió, y en 1961 volvió a encargar otra pareja de gigantes payeses. Fueron los escultores Joan Montserrat Palmer y Francesc Vives Bellaflor los encargados de fabricarlos. Esa es la pareja de gigantes que podemos ver hoy en Cort, los cuales flanquean la escalera y en días señalados blasonan la fachada del Ayuntamiento.

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