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Crónica de antaño

El fusilamiento del general Lacy

Recreación del fusilamiento del general Lacy en el castillo de Bellver el 5 de abril de 1817.

La historiografía suele convenir en que el reinado de Fernando VII fue uno de los episodios más nefastos de la época contemporánea española. Los hechos estuvieron marcados por la invasión de las tropas napoleónicas y la consecución de la Guerra de la Independencia; la proclamación de la Constitución de Cádiz (1812), en que por primera vez las Cortes, entre otras cosas, reconocían que la soberanía recaía en el conjunto de la Nación, y no en el rey; y la posterior lucha entre los liberales y los absolutistas„aquellos que defendían el antiguo régimen dominado por la Iglesia y la nobleza, y que contaron con el apoyo incondicional de Fernando VII„y que desgraciadamente desembocaría en las guerras Carlistas. Es en esas luchas políticas que se debe contextualizar uno de los episodios más tristes acaecidos en el castillo de Bellver: el fusilamiento del general Lacy del cual este año se cumple su segundo centenario.

El rey Fernando nació en El Escorial en 1784. Hijo de Carlos IV, nieto de Carlos III y biznieto de Felipe V, desde su juventud, siendo ya Príncipe de Asturias, aprendió a conspirar: especialmente contra sus propios padres, los reyes, y contra Manuel Godoy. Mientras las tropas francesas iban penetrando en España, el joven príncipe consiguió movilizar al pueblo para que asaltase el Palacio de Godoy (Motín de Aranjuez, 1808) que, como se sabe, provocó que su padre, Carlos IV, abdicara a su favor. De poco le sirvió, pues la invasión francesa ya había empezado. Mientras Napoleón imponía a su hermano mayor como nuevo rey de España con el nombre de José I Bonaparte, el rey Fernando estuvo confinado durante toda la guerra en un lugar aislado a unos trescientos kilómetros de París: el castillo de Valençay. A su regreso, en 1814, se encontró con la Constitución de Cádiz de carácter liberal y, por lo tanto, bajo unos principios políticos contrarios a sus ideas. Ese mismo año, el rey disolvió las Cortes, abolió la Constitución y restableció los principios del antiguo régimen.

Luis Lacy fue un militar español procedente de una familia oriunda de Irlanda. Sus ideas liberales le habían llevado a alistarse en la legión francesa en 1803, con el fin de ir a luchar a Alemania. Allí fue elevado a capitán de la Legión Irlandesa. Tras los hechos del dos de mayo de 1808 desertó para reincorporarse al ejército español. En 1810, tras destacar en diferentes batallas, fue elevado a mariscal de campo. Fue nombrado capitán general de Cataluña„allí se granjería una buena reputación entre los catalanes„y posteriormente también lo fue de Galicia. De nuevo, sus ideas liberales le condujeron a ingresar en la masonería, sociedad secreta desde donde podía conspirar contra los absolutistas. La vida de Lacy se empezó a complicar tras el regreso de Fernando VII y la consiguiente restauración del antiguo régimen. Tanto fue así que el 5 abril de 1817, junto al general Milans del Bosch, encabezó un pronunciamiento a favor de la Constitución de Cádiz y de las libertades de los españoles. El pronunciamiento, como tantos otros de aquella época, fracasó„fueron traicionados por los oficiales Appentel y Nandin que habían sido de su máxima confianza„y, mientras Milans del Bosch conseguía huir, Lacy fue delatado y arrestado cerca de la frontera, y recluido en la Ciudadela de Barcelona. Entre los militares establecidos en Palma debió haber partidarios del pronunciamiento, pues el día 12 de abril el General la Roca daba la enhorabuena al Capitán General de Baleares Coupigny por su comportamiento durante el pronunciamiento y "por cuantas medidas tomó V. E. para contrarrestar a los facciosos y descubrir a los demás que pueden ser cómplices".

Lacy fue condenado a muerte en un consejo de guerra que encabezaba el general Castaños. El prestigio de Lacy entre la tropa y el interés que demostró el pueblo catalán hacia su persona durante su presidio y juicio en Barcelona, hicieron temer a las autoridades una rebelión para liberar al general condenado. Por ello, con sigilo, se preparó el traslado de Lacy a Mallorca. Deliberadamente se hizo correr la voz que el rey había permutado la pena de muerte por el confinamiento en un lejano castillo. El 30 de abril embarcó el condenado a bordo de El Terrible. Había el temor de que se intentase liberar a Lacy en alta mar, por lo que Castaños había dado órdenes de que, si se daba el caso de abordaje, se quitase la vida al reo de un pistoletazo. Por lo visto, sí hubo un intento serio de liberación, aunque finalmente no se pudo llevar a cabo.

En la madrugada del 4 de mayo arribó El Terrible a Palma. A las cuatro de la tarde Lacy fue desembarcado en la Cuarentena, a las faldas del castillo de Bellver, y a esa fortaleza fue conducido. El coronel Arconada se hizo cargo del condenado que lo instaló en la misma sala que había estado preso unos años atrás Gaspar Melchor de Jovellanos. El confinamiento en Bellver hizo creer al general Lacy que su pena realmente había sido conmutada. Se equivocaba.

Cerca de la medianoche se le leyó la sentencia de muerte lo que le provocó una gran extrañeza, aunque no perdió la compostura. Francesc Garau, contemporáneo suyo, pudo leer la frase que Lacy grabó en la pared aquella noche: "En este momento acaban de leerme mi sentencia; tú, cualquiera que seas, si amas a la Patria, acuérdate del pobre Lacy". Tras leerle la sentencia, Lacy pidió hacer testamento al final del cual expresaba el deseo de ser enterrado en el convento de Santo Domingo de Palma. Al pedirle su última voluntad dijo "No me vendéis los ojos. Yo mandaré fuego por última vez". Posteriormente pasó a la capilla de Sant Marc, en el mismo castillo de Bellver, dónde se confesó con el dominico fray Miquel. A las dos de la mañana escuchó por última vez misa. Con la aurora el fiscal ordenó activar la ejecución. Lacy y el Regimiento de Nápoles salieron al glacis del castillo y allí, de rodillas, fue fusilado en el mismo sitio en que hoy una sencilla lápida conmemora su trágico fin. Al día siguiente después de la ejecución fue trasladado al Convento de Santo Domingo de Palma donde fue enterrado con mucha discreción. Años más tarde, en 1820, restablecida la Constitución, la familia que Lacy tenía en Barcelona solicitó su exhumación con el fin de trasladar sus restos mortales a la iglesia de Santa Maria del Mar. Allí fue de nuevo enterrado con honores de capitán general.

Efectivamente, la muerte del general Lacy, como la de tantos otros liberales, no fue en balde, pues finalmente Fernando VII fue obligado a restablecer la soberanía nacional y la Constitución con aquella conocida frase: "Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional".

*Cronista oficial de Palma

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