Durante el último lustro se ha hablado y escrito más del Club Marítim Molinar de Llevant que en sus cien años de existencia. En la mente de todos está el proyecto de ampliación del puerto junto a la movilización vecinal en contra que provocó. Sin embargo, ayer se cumplió un siglo de la creación del club y la celebración dejó a un lado la reciente polémica. Tanto partidarios como detractores del incremento de las instalaciones están a la espera de ver el estudio que debe presentar la Autoridad Portuaria para conocer cómo será la remodelación acordada por el gobierno del Pacto tras el masivo rechazo social que se produjo la pasada legislatura.

El presidente del Club, Rafael Vallespir, quien lideró el proyecto de ampliación, afirma ahora que "hay que encontrar una solución que guste a todos, por lo que la junta directiva se pone en manos del organismo portuario para que no desaparezca el club marítimo más antiguo de Balears, con un gran valor histórico". Por su parte, la plataforma ciudadana llamada Al Molinar, Port Petit siempre ha defendido el lema "mejorar sí, ampliar no", ya que nadie niega que las instalaciones están muy degradadas.

"Esperamos que esta vez se aplique el sentido común y se haga una rehabilitación como toca. Incluso soy partidario de modificar la bocana y construirla como era antiguamente, porque en su momento no hicieron caso a los pescadores y ahora estamos pagando las consecuencias". El que habla es Jaume Amengual, miembro de la plataforma, pero sobre todo vecino del Molinar desde que nació, profesional de la mar y tercera generación de una familia estrechamente vinculada al singular puerto del barrio. Su abuelo, que se llamaba como él y era pescador, vivía en el Coll d´en Rabassa en los años 30 del siglo pasado y protagonizó un acto de protesta contra la ampliación del puerto de Cala Gamba, lo que le valió el destierro, ordenado por el alcalde pedáneo, como relata su nieto. Tras encadenarse al final del muelle, él y su familia tuvieron que buscar otro lugar para vivir y se trasladaron al Molinar.

En aquella época acababan de finalizar las obras del edificio del club, que Cort ha incluido en el catálogo municipal de elementos patrimoniales de interés artístico, histórico o arquitectónico, por lo que no se puede derribar. Era una de las demandas de la plataforma Al Molinar, Port Petit, ya que el proyecto de ampliación preveía su demolición.

En el Caló d´en Rigo

Como indica el libro Club Marítim del Molinar de Llevant, 90 anys d´història, la sociedad se fundó el 12 de agosto de 1917 con el fin de "fomentar los deportes náuticos y la vida del mar". La sede estaba en el llamado Caló d´en Rigo, muy popular entre los pescadores para amarrar y sacar las barcas, por lo que enseguida vieron necesario construir una explanada en la que instalar un varadero, y dos años después obtuvieron el permiso del Gobierno. En 1923 aprobaron sus estatutos y un reglamento de funcionamiento, relata el libro. Los autores, Tomàs Vibot y Albert Herranz, también explican que el Molinar era a principios del siglo XX "una barriada de pescadores y obreros, con industria, un lugar de veraneo para muchos palmesanos y víctima de cierta dejadez municipal".

En este contexto se entiende que la evolución del club fuese paulatina, ya que no todos eran pudientes, sino que numerosos socios eran aficionados al mar de clase trabajadora y pescadores de la barriada. En 1927 se decidió construir un edificio para albergar la sede social, pero "las obras no estuvieron exentas de polémica. Había muchos vecinos y pescadores que no veían con buenos ojos el proyecto", según destaca el libro. Sin embargo, al final se ejecutó y la construcción del inmueble del arquitecto Carles Garau -hijo del conocido ingeniero Pere Garau- terminó en 1932.

Otro hecho vinculado al club fue la creación de la asociación de aficionados a la pesca La Almeja, en 1936, cuya primera sede social estaba en el café Can Miquel, el actual Can Pep o Bar Molinar. "Fue la solución para integrar a los vecinos de la barriada", resalta el citado libro, ya que se realizaban excursiones y salidas a pescar. No obstante, lo más popular fueron las regatas de vela latina, que "le daban una gran solera al club, aunque acabaron decayendo, porque llegaron embarcaciones más modernas", explica Ramón Ferrer, de 76 años.

Vecino del Molinar desde que nació e hijo y nieto de pescadores, sus primeros recuerdos del club son de la década de los 40, cuando él era un niño: "Con cinco años, mi padre hizo construir un llaüt en Pollença, llamado Único, y yo fui el padrino porque era el mayor de tres hermanos. Vivíamos en la calle Alga y siempre me gustó el mar, por lo que acompañaba a mi padre a pescar en la barca por la noche con un farol". Ese llaüt y muchos más fueron arrastrados por las calles del barrio a causa de "un temporal de viento de mitjorn, el que más temen los pescadores. Nuestra barca acabó delante de la iglesia", relata. Sigue existiendo, es la más antigua del puerto y está expuesta en la entrada del club, dice con orgullo.

Ramón también se acuerda de que "en los años 50 había muchos socios que eran veraneantes con dinero, aunque poco a poco se fueron yendo a otros puertos". La memoria de Jaume Amengual empieza en la década de los 70: "Mi padre era pescador, como mi abuelo, y cuando yo era pequeño tenía una barca llamada La nueva Catalina. La vida era modesta, los pescadores estaban siempre en sus botes trabajando, en el mar o en el club, y los niños jugábamos y nadábamos allí", relata.

El Dique del Oeste

No imaginaban los socios que la construcción del Dique del Oeste en los años 70 les provocaría un quebradero de cabeza que dura hasta hoy. Esta gran obra y la que se hizo en el Portitxol modificaron las corrientes marítimas, por lo que el pequeño puerto se llena continuamente de algas y fango. Amengual añade a este problema la regeneración de las playas de Can Pere Antoni y Ciutat Jardí, cuya arena también acaba en la dársena del Molinar.

Estos males llevaron a cambiar de ubicación la bocana, "pero no hicieron caso a los pescadores" y continúan las dificultades por la falta de calado. A finales de los años 80, la Autoridad Portuaria adoptó otra decisión que afectó a la fisonomía del puerto: trasladó a sus 24 pescadores profesionales al Portitxol. "El desplazamiento hizo cambiar las costumbres, ya que todas las embarcaciones son desde entonces para el ocio", en palabras de Jaume Amengual, por lo que se ha perdido la tradición de ver a los profesionales de la pesca preparando las artes y la barca antes de partir.

Según lamenta el presidente del club, que lleva 16 años en el cargo, "siempre se han hecho las cosas a trompicones, mejorando las instalaciones poco a poco con la colaboración de los socios. Sin embargo, nunca ha habido un proyecto global para dejarlo bien de una vez". Hubo proyectos de ampliación en 1979, en 1982 y uno muy ambicioso en 1989 que, como el más reciente, provocó un gran rechazo social.

Amengual concluye hablando de la especulación que había tras el último proyecto y espera "que la movilización de Al Molinar, Port Petit haya servido para algo". No quiere ser desterrado, como su abuelo, del lugar en el que nació, donde aprendió su oficio y que le inculcó su amor por el mar.