Tres palmos de una mano es el tamaño de una de las aceras de la calle Virgili, "la vergüenza" de Can Pastilla", donde vecinos como Rosa María Medrano, se las ven y desean para transitar con tranquilidad. "No nos queda más remedio que ir por en medio de la calle", indica. No acaba de terminar la frase, y la sentencia se hace realidad: turistas con trolleys, un matrimonio de personas mayores, el repartidor de refrescos de uno de los bares de la calle, avanzan por la acera de Virgili. No tardan en escucharse bocinazos de los coches.

La estrechez en algunos tramos de esta arteria que comunica la parte más antigua de la zona con las carreteras de acceso es la pesadilla diaria en "el meollo del barrio" como describe algún residente.

"Mis padres viven aquí. Tienen 81 y 88 años. Viven al final de la calle. Llevan años padeciendo este pésimo urbanismo de Can Pastilla", indica Andoni Sarriegui. "Cada vez que tienen que ir al Pac o a comprar es una odisea", apunta.

Virgili, "el meollo", como describen algunos residentes, es la pesadilla diaria. Por ello, muchos de sus residentes han decidido lanzar su queja "para que la asociación recoja el testigo". Están recogiendo firmas. La reivindicación va sumando adeptos.

A esta protesta vecinal se han sumado algunos de los restauradores de la calle que sufren, ellos también, como la estrechez de las aceras "impide el paso a nuestros clientes", señala Jorge Fijo, propietario del restaurante Rumbo Fijo. "La semana pasada una persona que iba en silla de ruedas lo pasó francamente mal para entrar y salir. Salimos todos a ayudarle", cuenta Jorge Fijo.

Para descargar la mercancía, tiene que hacer malabarismos. Aún no ha solicitado carga y descarga. Lleva un año y medio en la zona. "Al principio nos tiró para atrás la calle, pero nos convenció el patio trasero, donde se está muy bien".

Jesús Sánchez ha sido camarero toda su vida. El año pasado decidió convertirse en su propio jefe y abrió el bar Sánchez en Virgili. Pese a estar en la zona donde la acera se ensancha, es testigo directo del día a día en el cogollo de Can Pastilla. "Hay malestar. No se puede circular. Los coches pitan porque claro, los peatones, invaden la acera. ¿Pero cómo no lo van a hacer si no hay quién camine por ellas?", expresa.

La urbanización de esta zona de la Platja de Palma "se hizo con los pies", opina Juan Pablo Caja, que conoce al dedillo los entresijos del barrio fundado por Riutort. "Para no desperdiciar ni un palmo, urbanizó el barrio sin bocacalles", recuerda. Los vecinos ya no pueden más. Quieren acabar con años de este diseño de ciudad hecho sin escuadra y cartabón, "con los pies".