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Palma a Palma

El cliente sentimental

El cliente sentimental

Dentro de las relaciones humanas, las que establecemos con bares y cafeterías son complicadas. Cuando eres habitual de un establecimiento eso supone algo más que tomar un café y pagarlo. Te acostumbras al local. Conoces a los camareros. Aprecias las bondades estéticas del lugar. Sabes dónde está el periódico. Alternas con los otros consumidores. Y en cierta manera te conviertes en un cliente sentimental. Fiel, agradecido. Un huésped de esa segunda casa que son los cafés.

Pero la crisis nos está poniendo muy mal las cosas. Me acaban de clavar tres euros por una simple caña en la Plaça Major. Y el presupuesto doméstico da cada vez para menos alegrías y dispendios. De manera que no te queda más remedio que reducir.

Es entonces cuando el elemento sentimental sale a flote. Porque comienzas a fallar a tu cita con tus bares preferidos. Te gustaría seguir haciendo la ronda. Aquel por la mañana, ese otro para el café del mediodía. El otro para la caña de antes de comer. Y en cada uno de ellos un ambiente agradable, un personal al que saludas como un amigo, un montón de recuerdos y sensaciones.

El cliente sentimental sufre. No sólo porque ha de renunciar a esas pequeñas consumiciones que ya es de lo poco que le queda. Sino porque también empieza a quedar mal con sus establecimientos preferidos. Entra en ellos como un poco avergonzado. Temiendo alguna mirada de reproche. Porque la ligazón emotiva es en cierta manera recíproca. Y supongo que también a los encargados y camareros les gusta comprobar que su clientela es constante y se muestra satisfecha.

Tal vez ellos también sufran al ver las mermas de su clientela. O sientan celos. Lo que era una una relación alegre y saludable se envenena por culpa del maldito dinero y la locura de los precios.

Es una pena. Porque los clientes sentimentales suelen ser, también, los de menos poder adquisitivo. Los muy pudientes se consideran por encima de esas menudencias, y cambian sin escrúpulos de bar o restaurante. Conscientes del poder del dinero.

Los que no lo tienen son prisioneros de la tristeza y el remordimiento. Sufren por no poder cumplir con sus cafés predilectos.

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