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Mujeres de hoy

Teresa Ordinas Montojo: "Luchamos para que el casco antiguo no se convierta en un gueto de turistas"

Vecina del centro histórico, contempla a diario cómo el barrio pierde músculo. Con todo, "la isla es un paraíso"

Teresa Ordinas vive rodeada de fotografías como la que le hizo al escritor Avelino Hernández. Manu Mielniezuk

Las ciudades somos los ojos que las miramos. Algunos de ellos, como los de Teresa Ordinas Montojo -Palma, 1943- apuntan en blanco y negro a una serie de personas que entre ella y otra fotógrafa, Cata los Huertos, han convertido en el álbum Los trabajos y los días, con permiso de Hesíodo. Desde una directora insular de Igualdad a una desempleada, escritores, barberos, artesanos, pescaderos, arquitectas y un guiño a la profesión, fotógrafos, conforman parte del tejido antiguo de la ciudad. Tras su exhibición en La Misericòrdia, se ha expuesto recientemente en el Conde Duque en Madrid, una ciudad que ella conoce al dedillo.

Muchos saben de Teresa por haber sido la mujer del escritor Avelino Hernández, fallecido en Selva 14 años atrás, pero ella no es viuda de nadie. Lloró su ausencia; lleva años celebrando la vida día a día, sin olvidarle. Nunca. Esos muchos que la conocen saben que además fue una de las primeras trabajadoras sociales en aquella España recién salida de la dictadura de Franco.

Emparentada con Rafael Alberti,Isaac Albéniz y el pintor Zóbel, a través, tanto de sus linajes paternos como los de su madre, el ovillo es tan largo que de él surgen desde un concejal liberal del Ayuntamiento de Palma, Príamo Villalonga, a los dueños de Can Bordils, hoy Archivo Municipal, a un marino que, al mando de una flotilla que perseguía el contrabando, fue azote de Juan March. Daría para muchas novelas.

-¿Las escribiría?

-(Risas) ¡No soy escritora! Mi madre escribió sus memorias familiares a los 79 años, El legado que os dejo, más de 1.000 páginas, un material que una de mis hermanas seguro que utiliza, porque a ella sí le gusta escribir.

-Lo suyo es la fotografía. ¿Cómo surgió?

-Mi padre, Bartolomé Ordinas, fue un gran aficionado a la fotografía, incluso se hacía los productos químicos que usaba en el laboratorio. Cuando era pequeña, le miraba entusiasmada e intrigada cada vez que se metía en aquel cuartito, su sancta sanctorum, al que no accedía nadie. Él retrató aquella Palma, la isla, y otros lugares donde vivimos, desde los años 30 en adelante. Creo que ahí nació mi afición, y no fui la única en la familia. Todo ese material, sus placas de vidrio, diapositivas, su laboratorio, películas en súper 8, lo hemos donado al Arxiu del Sò i de la Imatge. Los nueve hermanos hemos estado de acuerdo.

-Sus fotografías son casi siempre en blanco y negro. ¿Por qué?

-A mí me gusta el dramatismo en la fotografía y creo que con el blanco y negro se consigue más; los contraluces... Ya sé que la realidad es en color pero trato de captar otras, y para eso, me sirve más el blanco y negro.

-Como la de los cables eléctricos, otra exposición de años atrás en la peluquería Botons.

-Sí, la titulé Los desastres de la Gesa. Empezó como una denuncia: cómo es posible que en el centro histórico de Palma estén ahí esos cables tan espantosos. Después, al ver las fotografías me gustó, incluso me parecieron bellos."Palma está sobresaturada, y el que no lo vea está ciego; aun así consigo encontrar oasis"

-¿La mirada del fotógrafo convierte en hermoso lo horrible?

-Es posible, y también puede ocurrir a la inversa. La fotografía crea ficciones.

-Casi diez años después, retrata la ciudad a través de 34 personajes. ¿Cómo y por qué eligió a estas personas? ¿Son representativas de Palma?

-Casi todas ellas trabajan y muchas de ellas, viven, en el casco histórico. No hubo una idea preconcebida, surgió entre la fotógrafa Cata los Huertos y yo, en un momento de apagón creativo. Pensando, hablando, coincidimos en nuestro interés en retratar la ciudad a través de una serie de personas en sus trabajos. Tiramos de amigos, vecinos. Queríamos variedad pero no hacer un inventario de oficios. A todos les dimos una ficha en la que les preguntamos de dónde eran y de dónde se sentían. La mayoría contestaron que son ciudadanos del mundo.

-No podían faltar una librera, un escritor y un pequeño editor. ¿Homenaje a la literatura?

-No fue con esa idea, pero lógicamente me muevo en un mundo donde la literatura está muy presente, tanto por amistades como por lecturas y, desde luego, por Avelino Hernández.

-El escritor de Soria, con el que vivió "una historia de amor" de 32 años, y que acabaría muriendo en Mallorca un verano de 2003. ¿Cómo es la vida sin él?

-No hay un solo día que no le piense, pero han pasado muchos años. Soy positiva y práctica, y no me quiero hundir. He pasado momentos muy bajos pero decidí vivir, y él estaría contento.

-En su poemario póstumo, ´El septiembre de nuestros jardines´, él apunta en verso esa vida en común con Teresa, su mujer.

-Desde el primer momento que le vi supe que estaríamos juntos. Ambos fuimos antifranquistas, él estaba en la clandestinidad, estuvo preso, y le dimos cobijo en mi casa de Madrid. A partir de ahí, fue mi compañero de vida, mi amor, mi amigo... La coincidencia era absoluta, y el respeto por el espacio de cada uno. ¡Qué difícil resumir una vida tan plena! Solo puedo decir que he vivido los mejores años de mi vida con él..., pero continua la vida."Con Avelino alcancé la felicidad. Su prematura muerte fue un golpe indescriptible que he superado viviendo intensamente, día a día"

-¿Qué hacían un soriano y una mallorquina de Madrid en Selva?

-Vivimos en muchos lugares, Madrid, Barcelona, Sevilla, Valladolid... A Mallorca veníamos a ver a la familia, y Avelino, un soriano enamorado del mar, fue quien eligió la isla para vivir una vida más sosegada, con proyectos, con escritura, con fotografía, con los amigos, sí, pero más cerca de la naturaleza. Y aquí nos vinimos. Recuedo que en el 96, muchos amigos castellanos no entendían que nos fuésemos a vivir a un lugar lleno de alemanes. ¡Nos partíamos de risa!

-Usted vive en el centro histórico de Palma, ¿cómo puede soportar la presión del paraíso?

-¡A mí particularmente no me afecta!, pero en los últimos veinte años el cambio ha sido bestial. El que niegue la saturación está ciego. Lo que hay es sobresaturación, pero Mallorca sigue siendo bellísima. En cuanto a Palma, en mi oasis no me apercibo de ello, pero en cuanto transito por Cort, voy a manotazos. El turismo de masas no tiene vuelta atrás.

-¿Resignación? ¿Aceptación?

-No, estamos luchando. Vivo en un barrio muy combativo, y participo de muchas de sus actividades. Hay que moverse para evitar que el casco antiguo se convierta en un gueto para extranjeros ricos como pasa en Santa Catalina.

-¿Le podría afectar la gentrificación?

-A mí no, pero familiares y amigos ya están amenazados de perder sus casas porque les suben el alquiler hasta cotas inasumibles. Es una vergüenza.

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