Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Palma a Palma

El playista de ciudad

Nada más opuesto que la realidad urbana y la playera. Por un lado, asfalto, edificios, ruido, sofoco, prisa... Por el otro, un horizonte amplio...

El playista de ciudad

Nada más opuesto que la realidad urbana y la playera. Por un lado, asfalto, edificios, ruido, sofoco, prisa... Por el otro, un horizonte amplio, arena, el ritmo pausado de las olas, el sol en la piel, el olor a salitre, la calma...

Pocas ciudades tienen el privilegio de contar con ambas facetas. Y muchas veces los ciudadanos no son conscientes de ello. Les parece lo más normal del mundo tener el mar a las puertas. Olvidando tantas y tantas capitales encerradas en una sola geografía. Anhelantes durante los meses estivales de un poco de agua fresca, de brisa, de solaz.

Es así como tenemos una figura desconocida en lares de tierra adentro. El playista de la ciudad. La casi imposible combinación de ambas realidades en una sola. La demostración de esa ventaja de ser urbe marítima.

El playista de ciudad sale de su casa. A veces, bastante lejos del mar. Pero en lugar de ir vestido de oficina, con mono de trabajo o uniforme, va en traje de baño. Se protege con un sombrerito de ala corta y gafas de sol. Al hombro lleva el armamento preceptivo de la infantería playera: toalla enrollada, bolsa con el protector del sol, tal vez unas gafas de buceo, el móvil con música. Y por supuesto, aunque salga de Pere Garau, va calzado con chanclas.

Es una figura sobre todo dominguera. Pero los días laborables también das con ella frecuentemente. Va contento, camina lentamente como quien sabe que nada le puede separar de su destino. Se cruza con los que van a hacer recados, con las señoras y su carrito, con los niños, los grupos de hombres que buscan una tele para ver el partido. Pero sigue imperturbable, a cada paso de chancla más cerca de su objetivo final.

El playista urbano recorre arterias importantes. Como las Avingudes o Manuel Azaña o Joan Alcover. Y cuando ve allá al fondo el azul del mar, respira hondo. Ya está muy cerca.

Llegará a Can Pereantoni o cualquiera de los rincones cercanos. Extenderá la toalla y se bañará con la satisfacción de quien lo hace en la playa de Formentor. Y cuando el sol decline, hará el camino a la inversa. Más moreno y relajado.

Luego, al llegar a su piso, pondrá la toalla en el balcón como para pregonar que él sí que ha ido a la playa.

Compartir el artículo

stats