Diario de Mallorca

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Crónica de antaño

La guerra contra Génova (1330-1336)

Parroquia de San Nicolás en Portopí, zona en la que se asentaron los mercaderes genoveses. fuen álvarez

Las dos primeras décadas del siglo XIV están consideradas por la historiografía como unos años de plenitud económica para el nuevo reino insular, especialmente para su oligarquía: los mercaderes. Ya lo advirtió hace años el historiador Álvaro Santamaría al señalar que la demografía de -1329 fecha que representa el tope máximo poblacional, a partir de la cual la población fue decreciendo debido a la crisis, la peste o la guerra- no sería igualada hasta 1573.

Sorprende comprobar cómo, a principios del siglo XIV, los negociantes mallorquines, conformados por cristianos y judíos, establecieron rutas marítimas que les permitieron comerciar permanentemente con importantes centros de negocio repartidos tanto por la costa atlántica africana: desde Larache, pasando por Arcila, hasta llegar a Anafe (Casablanca); como por la costa atlántica europea: especialmente Londres y Brujas. Respecto al comercio magrebí, los mallorquines llevaban décadas gozando de los privilegios papales que en su día había conseguido Pedro de Portugal, señor de Mallorca, recordémoslo, entre 1231 y 1244, y 1254 hasta el año de su muerte en 1256. Los mercaderes de la isla, por tanto, conocían la ruta que llevaba hasta Anafe desde la primera mitad del siglo XIII.

En su reciente biografía sobre Jaime III, el historiador Antonio Ortega Villoslada nos indica que fue el último rey de la Casa de Mallorca quien otorgó el privilegio real de nombrar "consules maris" a dos personas profesionalmente relacionadas con el comercio marítimo. La buena reputación de estos cónsules mallorquines se extendió a los puertos más relevantes de las rutas comerciales del Magreb y norte europeo. En pocas décadas, los mercaderes del Reino -el capital judío y las relaciones familiares y profesionales de esta comunidad con parientes o conocidos establecidos en otros puertos había sido y era fundamental-, consiguieron tener un papel relevante en el comercio atlántico. Esta realidad evidencia que a los mallorquines les interesaba mantener buenas relaciones con el reino de Granada y también con los genoveses: tanto por compartir intereses comerciales, como por ser aliados de los andalusíes. Además, de esta forma, se evitaba un posible bloqueo de las naves mallorquinas a su paso por el Estrecho de Gibraltar.

Pero los intereses de las pequeñas entidades políticas no suelen poder defenderse cuando aparecen en escena fuerzas poderosas que se cruzan en su camino. Muy pronto, la irrupción de intereses de otros reinos, potencias europeas como Francia o Inglaterra, e incluso de coronas hermanas, como es el caso de la de Aragón, iba a desbaratar y amenazar toda la industria mercantil de la corona de Mallorca.

El pacto entre las monarquías hispánicas de Castilla y Aragón para controlar el Estrecho, fue una de las primeras amenazas que se cernieron sobre los buques mercantes de la isla. Mallorca debía apoyar a Aragón y por tanto, de rebote y sin quererlo, quedaba enfrentada al reino de Granada.

En todo caso, lo que debilitó en extremo la posición mallorquina fue la guerra que entabló el rey de Aragón contra los genoveses entre los años 1330 y 1336, a raíz de las pretensiones de Pedro el Ceremonioso sobre la isla de Cerdeña. Por una parte, y como ya se ha advertido, Jaime III había pactado con Génova. No hay que de perder de vista que mallorquines y genoveses tenían intereses comunes. La presencia genovesa en Palma era muy importante; tanto era así que esta comunidad de mercaderes poseía una lonja propia, situada en el barrio de la parroquia de San Nicolás. En cambio, por otra parte, tampoco se debe olvidar que el rey de Mallorca era feudatario del de Aragón y que, por lo tanto, en caso de serle solicitada ayuda, el monarca mallorquín estaba obligado a prestársela. El rey Pedro no tardó mucho en reclamar apoyo a Jaime III, apoyo que se debía materializar aportando naves y marinos. Mallorca se vio obligada a entrar en guerra contra Génova, cercenando así sus propios intereses. Además, no tuvo más remedio que encargar la construcción de más de treinta buques, con el consecuente e importante incremento de la deuda pública.

Conscientes de que la situación podía conducir a una grave crisis, los Jurados de la ciudad y reino de Mallorca, se desplazaron hasta la corte en Perpinyà para elevar sus más enérgicas protestas ante Jaime III. Fue inútil, pues el monarca mallorquín estaba atado de pies y manos por el pacto de infeudación. El 12 de octubre de 1330 el rey de Mallorca confirmaba el acuerdo con su cuñado, el rey de Aragón, en la Sala del Consejo del castillo de Perpinyà, ante una delegación de Barcelona y ante los síndicos de Mallorca, Perpinyà y Cotlliure. Pronto las dársenas de Palma y Cotlliure recibieron el encargo de construir veinte galeras, cuatro naves y seis barcas armadas. En virtud del "pariatge" (gastos compartidos) que había establecido años atrás Sancho I de Mallorca, la financiación de la flota mallorquina corrió a cargo del rey y de los jurados.

Cuando la guerra con Génova estaba a punto de estallar, se obligó a los residentes genoveses a abandonar el Reino (. ..en Malorques de present no aia negun Jenovès?), resintiéndose considerablemente los intereses comerciales de los mallorquines. Pronto el desánimo, la preocupación por la delicada situación económica y el miedo a un ataque exterior se extendió por toda la ciudad. El 7 de noviembre de 1330 arribaron a Portopí las seis galeras, carísimas, que habían armado los jurados de Mallorca. Repentinamente, al atardecer del día siguiente, se escuchó la campana de Santa Maria de la catedral, a la que enseguida se unieron las campanas parroquiales de la ciudad. Sus insistentes tañidos desataron la histeria y pánico por las calles y plazas, mientras voces en alto alertaban de que se divisaban trece naves genovesas que se dirigían al puerto para destruir la flota naval que con tanto esfuerzo y dinero se había construido. Mientras un grupo de hombres se desplazó a Portopí con la intención de defender las galeras, la turbamulta se quedó merodeando por la calle del Mar. En un momento de histeria colectiva, algunos gritaron: " Anem a robar els Bardi". Los Bardi que no eran sino ricos mercaderes florentinos asentados en Mallorca, y que gozaban de la protección directa de Jaime III. Haciendo caso al grito insensato, la brutal caterva asaltó la casa de los Bardi, robando los objetos y muebles, especialmente ricas telas. Durante el caótico pillaje algún incauto prendió fuego a las telas, ocasionando un gran incendio que acabó con la mayoría de las vidas de sus asaltantes. Esa noche también se asaltaron y destruyeron algunas casas de genoveses. Finalmente, el ataque de una supuesta flota genovesa no había sido más que una falsa alarma.

Estos sucesos no son más que una muestra de la exasperación de la gente en aquellos momentos. Durante todo el tiempo que duró el conflicto (hasta 1336) los jurados de Mallorca no pararon de quejarse al rey del gran gasto que estaba ocasionado la guerra, unas 420.000 libras. La vida en Palma debió resultar muy difícil, acabando por sufrir una cierta despoblación " de persones estranyes i privades", a causa, " especialment lo fet de la mercaderia e del navegar". Era el inicio de la crisis y el principio del fin de toda una época.

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