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Empleo

Cafè Botiga Pes de sa Palla: Pioneros de la inclusión laboral

El local de Amadip Esment da trabajo y formación a 25 personas con discapacidad, sin renunciar a ser exigentes

En el Cafè Botiga Es Pes de sa Palla están acostumbrados a que los feliciten por el menú y por el buen servicio. Clientes de países que, en teoría, son más avanzados socialmente les aseguran que nunca habían visto nada igual. Estos halagos no tendrían nada de especial si no fuera porque la mayoría de quienes atienden las mesas y trabajan en cocina son personas con necesidad de apoyo o alguna discapacidad.

Más de veinte años después de que abriera sus puertas, este restaurante de Amadip Esment cuenta con 25 personas con discapacidad, 15 trabajando y otros 10 formándose de la mano de cinco profesionales y un director. Además, sigue siendo un proyecto innovador que sirve de inspiración para otros, que acuden a este establecimiento con la idea de copiar el proyecto e implantarlo en otro lugar.

Los comienzos

En 1996, cuando se presentó por casualidad la oportunidad de hacerse cargo del local de la Asistencia Palmesana, el barrio de La Calatrava estaba totalmente degradado y era marginal, hasta tal punto que ir a trabajar al Pes de sa Palla generaba cierta inquietud entre el personal, recuerda Pere Monlleó. Él ejercía de puente entre los profesionales y las personas con discapacidad que se formaban. Cuenta que estuvieron un mes haciendo pruebas en privado, en el piso de arriba, antes de abrir oficialmente. Y cuando lo hicieron, se complicaron la vida, reconoce: "Teníamos carta y hacíamos estofados, berenjenas rellenas... Y todo con ayudantes principiantes y con discapacidad". Poco a poco se fueron profesionalizando y, sin renunciar a una alta calidad, redefinieron la carta. Monlleó ya no trabaja aquí, pero sigue siendo un habitual de este café, ahora como cliente.

Como afirma, sin dudar, Fernando Rey-Maquieira, gerente de Amadip, la puesta en marcha del café fue el detonante de la recuperación de la zona. Pero lo que actualmente es un establecimiento consolidado, que se sostiene económicamente, que da para pagar 31 sueldos, requirió mucho esfuerzo y no siempre tuvieron claro que fuera viable, con momentos de crisis que les llevaron a pensar en cerrar. Hoy se alegran de haber perseverado en la misma medida que se enorgullecen de lo conseguido.

"Nos costó mucho aprender, adaptar las tareas, conocer el negocio, pero era una gran oportunidad de visibilidad de la persona con discapacidad, una mejora muy importante para la inclusión", comenta el gerente de Amadip Esment. Hasta ese momento, la entidad posibilitaba el trabajo en una imprenta, en jardinería y limpieza, pero en nada relacionado con la hostelería.

"Le dimos un giro a la inclusión social, con tareas de mucho más valor", afirma Rey-Maquieira. Personas con discapacidad daban la cara y trabajaban en la cocina de un negocio donde se buscaba, y se busca, dar la máxima calidad. Además, hoy no tienen problemas para encontrar a profesionales que quieran trabajar, pero hubo una época en que vivían una pesadilla cuando un cocinero se marchaba.

Desde hace diez años, Maria Zabay es una de las camareras del restaurante y disfruta estando de cara al público. Entre las funciones que desempeña María está "atender a los clientes, coger la comanda, servir, hacer los cafés o estar en el Forn", explica. Ella comenzó en cocina, aunque ahora trabaja en sala. Es una de las caras amables y profesionales del local.

Suplir carencias

Formando a los trabajadores está Rosa Sendín, una más del equipo desde hace 12 años, aunque comenzó como cocinera en el centro Weyler de Amadip. Cuenta que su primer día fue impactante. Le pusieron tres ayudantes, los tres con discapacidad y para ella era una situación totalmente nueva. Aplicó "sentido común" y el equipo funcionó. Ese mismo instinto, indica, es el que utiliza como formadora. "Se trata de que aprendan trabajando", añade. Y si es hora punta y "hay trabajo, hay que sacarlo. No les paso ni una", remarca sobre los aprendices. ¿El resultado? "Ellos acaban aprendiendo el oficio con la intención de que salgan al mercado laboral y encuentren trabajo".

Mientras en cualquier empresa la marcha de un buen trabajador es una mala noticia, en el café Pes de sa Palla es algo para celebrar, una faena también, pero un orgullo. Como el hecho de que 30 de sus trabajadores hayan pasado a otras empresas.

Pero la formación que reciben va mucho más allá de la vertiente profesional. "Como formadora, me interesa que socialmente tengan más habilidades", esas que les permitan tratar adecuadamente a los clientes, relacionarse con los compañeros, borrar malos hábitos... Por ello, en sus clases teóricas se trabaja la sexualidad, las emociones, se intenta acabar con las carencias que arrastren. "Seguramente en su etapa escolar han sido los que tardaban más en hacer las cosas, el rarito... Aquí son uno más", sostiene Rosa.

En plena formación están Guillermo Hidalgo y Mar Loberto. "Yo quiero llegar a abrir un restaurante", afirma la joven de 20 años y con las ideas muy claras. De lo que aprende en el café saca provecho también para su familia: "A veces me piden consejo".

Para Guillermo, lo más gratificante "es que los clientes estén bien atendidos". Y sabe que así es cuando "te lo dicen, te miran con buena cara".

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