No paran de entrar y comprar su última empanada, o encargar para este domingo, un pastel que será ya el de la despedida de M. Llull, la pastelería y panadería que durante 64 años ha endulzado 31 de desembre. Su propietario, Jaume Llull cede a la edad, y a que los hijos no quieren continuar en un negocio que abrieron sus abuelos en 1953. Jaume cerrará mañana sin aspavientos.

"Quiero que sea un domingo normal. En la vida quería pasar desapercibido, y esto me ha superado", confiesa en referencia a las múltiples muestras de cariño que está recibiendo estos días.

"Estoy muy agradecido, y emocionado", añade. Incluso le llamó Pepa Pelaez, directora general de Comercio en Cort, interesándose por el tema. Dicho esto, mi opinión es que las instituciones no han cuidado ni protegido al pequeño comercio, que da identidad a la ciudad. Se abren hoteles de calidad y ¿qué se encuentran estos turistas? Las franquicias que hay en todas las ciudades".

No es momento de lamentos. Llull vive una oleada de nostalgia. Una señora entra y se abraza a Isabel Gomaiz, dependienta desde hace 40 años. "¡Qué lástima! Ya no encontraré mantecados como los vuestros...", se lamenta. El año pasado se jubiló el también veterano, Guillermo Jaume.

Los fundadores del horno Miquel Llull y María Garau fallecieron el año pasado. Se ahorran ver la extinción de un negocio que adquirió Miquel al casarse. "Era un horno de barrio, y en esta finca de los años 30, ya estaba el horno moruno, abovedado, hecho de tobas refractarias, ideales para ensaimadas y pan", precisa Jaume.

Su padre procedía, por parte de madre, de la saga de los Cañellas, pasteleros del forn de la Plaça de Palma. "Después mi abuela se casó y compró el Forn Fondo. Sus actuales dueños son primos míos. Ellos sí han continuado. Mis hijos no quieren. Tienen otros oficios".

Jaume se crió en un mundo dulce con horas intensas de trabajo. "En un horno, en una pastelería, se sigue el ciclo natural de las estaciones. Se adapta a los productos que hay, y al calendario festivo religioso. Ese movimiento es lo que me ha fascinado de este trabajo", confiesa.

Hijo único, estudió Empresariales en Barcelona. Al acabar, trabajó en una panificadora vinculada a su padre hasta que la familia alquiló el local de 31 de desembre. "Yo hice de todo, fui el comodín de los nueve", dice en relación a los empleados que ha tenido Llull hasta el último momento. Esa es la razón, también, de que nadie, por el momento, se quede con el negocio. "Por leyes laborales, al jubilarme, quien se haga cargo del negocio tiene que subrogar a los nueve empleados, y hoy, tal y como están las cosas, ¿quién se va arriesgar?", explica.

Llull ha sido una de las pastelerías que ha endulzado muchas de las comuniones de Palma. Sus ensaimadas, medianoches, cocas de patata son famosas. "Hoy los gustos han cambiado. El azúcar tiene mala propaganda; se busca más lo salado. Si tuviera que ponerme al día, tendría que complementarlo con cafetería, degustación, y sin ser el local mío, con 63 años y la crisis.... No vale la pena arriesgarse", señala.

Jaume no teme jubilarse. Recuerda: "¡Viene de júbilo! Y a mí me gustan muchas cosas".