Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Crónica de antaño

Los Dragones de la Muerte

El Conde Rossi formó a los Dragones de la Muerte. Canal 33

Al llegar a Mallorca a inicios de la Guerra Civil, después de que el ejército republicano abandonase Mallorca, y tras el breve episodio de la ocupación de Eivissa, Arconovaldo Bonacorsi „el Conde Rossi„ pudo dedicarse por fin a su labor particular, aquella por la cual realmente había sido enviado a la isla. Esa misión no era otra que convertir Falange Española en un eficaz instrumento difusor de la ideología fascista, con claras intenciones proselitistas en el sí de la sociedad balear. Esas intenciones, que se disimulaban poco, iban intrínsecamente ligadas a la represión contra todas aquellas personas consideradas "rojas" o contrarias al bando de los sublevados.

Una de las primeras cosas que hizo Bonacorsi al llegar a Mallorca fue dirigirse a la que había sido la Casa del Pueblo y que desde el Alzamiento había sido convertida en cuartel general de Falange. Allí, de los falangistas más exaltados, reclutó un grupo, casi todos ellos mallorquines. Este grupo fue bautizado por el propio italiano como los Dragones de la Muerte, los cuales eran, parafraseando a Josep Massot i Muntaner, " la nineta dels ulls de Rossi". Para la creación de este grupo paramilitar, Bonacorsi se inspiró en sus antiguos compañeros, los Arditi della Morte, a los que les unía su gusto por los ademanes grandilocuentes, los puñales y las armas de fuego. Rafael Ferrer Massanet los describía de esta manera: "[Los Dragones] visten camisa azul y gorro del mismo color con cinta negra mezclado con filete de plata (y una calaverita). El correaje como el de la Falange. Placa fondo negro con lanzas refulgentes. Calavera de plata con puñal entre los dientes. Pantalón negro. Cabeza pelada. Casco de acero. Armas: puñal, bombas de mano y mosquetón". En un principio fueron unos veinticinco miembros y llegaron a ser unos cincuenta. Sus edades comprendían entre los dieciocho y veinte años. El mismo día de su constitución realizaron una de sus exhibiciones predilectas: un desfile, formados en cuatro hileras, todos con un hacha encendida en sus manos. Una de las primeras actividades que hizo Bonacorsi y sus Dragones fue la de arengar a la gente con propaganda fascista. Con coches deportivos iban visitando los diferentes pueblos y ciudades de la isla.

Según Antoni Mestre, testigo de aquella época: "[Rossi] Era muy aficionado a discursear y estas charlas eran de un matiz guerrero. Los balcones o ventanas de los ayuntamientos, los preferidos. Inca, la Puebla, Manacor. Palma se llevaba la medalla de oro, era su sitio preferido. Cuando más espectadores, se le veía más contento". El marqués de Zayas, jefe de Falange, le acompañaba a los mítines, dándole apoyo y credibilidad ante los espectadores. Enseguida la maquinaria propagandística se puso en marcha. En Palma, no había acto público o privado en que no estuviese el italiano y sus Dragones. La prensa se hacía eco a diario de sus discursos. Desde el balcón de Cort, su tribuna predilecta, no cejaba en enardecer al pueblo con sus vivas a Franco, a Mussolini, a Hitler, a los Camisas negras, pardas y azules; al mismo tiempo que exhortaba a la resistencia contra el comunismo y al fusilamiento sin contemplaciones de los "rojos". " ¡Tutti rossi fucilati!" repetía incansablemente con gritos y ademanes descosidos propios de un fanático. En menos de dos meses la popularidad del Conde Rossi fue extraordinaria. Fue en esa época cuando no pocos ayuntamientos le proclamaron hijo predilecto o introdujeron su nombre en el nomenclátor municipal. El mayor Norman Bray en su libro Mallorca salvada dejó escrito que "ha logrado captarse la admiración y el afecto de todo Mallorca. Una prueba de ello es que la barba que usa, ha sido adoptada por muchos, por muchísimos".

Ciertamente, la falsa imagen del Conde Rossi como líder y salvador del pueblo mallorquín consiguió mantenerse durante décadas. Los de mi generación todavía hemos oído de algunos mayores, sinceros elogios y admiración por el italiano. Sus visiones del asunto presentaban rasgos pueriles „rayando incluso la mitificación„, que debían proceder de la misma propaganda fascista de aquellos días, la cual había pervivido en sus recuerdos durante décadas. Pero detrás de esta fachada de héroe defensor de Mallorca, se escondía una realidad muy diferente. Una realidad que desde el primer momento fue denunciada por la prensa nacional e internacional. Esas noticias fueron recogidas y publicadas en 1937 por el anarquista Manuel Pérez en Cuatro meses de barbarie. A continuación vendrían otros testimonios como el de Ignaci Ferretjans o el libro de Georges Bernanos Los grandes cementerios bajo la luna. Luego, como un lento goteo, los testimonios irían engrosando y fortaleciendo la verdad. La bibliografía sobre el tema iría desarrollándose hasta llegar a ser una de las etapas de la historia de Mallorca más estudiadas. Incluso algunos de aquellos asesinos reconocieron, ya de ancianos, ante las cámaras de televisión su participación en las ejecuciones. La reciente apertura de la fosa de Porreres ha sido uno de los últimos episodios de este proceso. A estas alturas la Historia ha dictado sentencia y hoy nadie puede excusarse de no saber la verdad.

Los Dragones de la Muerte fueron la punta de lanza de una "organización del Terror" en toda regla: los paseos nocturnos con el "auto de la muerte" que acababan, sin fiscal ni defensor, en fusilamientos en las tapias de los cementerios o en las cunetas de los caminos; el "santo manganello", el aceite de ricino... Ese terror se ejerció sobre el grueso de una población atemorizada e incapaz de reaccionar.

Esos Dragones, unos chicos de apenas veinte años, se divirtieron elaborando listas negras de hombres y mujeres, personas, muchas de las cuales, acabaron siendo ejecutadas. Entre los meses de agosto y septiembre de 1936, fueron asesinadas mil setecientas cincuenta personas. El 17 de octubre de 1936 en Mallorca había dos mil personas encarceladas por motivos políticos. Muchas de esas personas también fueron llevadas al paredón sin juicio previo. La historiografía actual eleva a más de tres mil los asesinatos a civiles llevados a cabo durante la guerra. Massot i Muntaner no solo no duda en afirmar que estas ejecuciones eran bien conocidas por todo el mundo en Palma sino que se conocían los nombres de aquellos Dragones: " Sobretot, eren falangistes joves els qui cometeren aquests excessos. No eren analfabets. Era gent de classe mitja alta, de l'èlite universitària. I varen cometre aquests excessos amb el consentiment passiu dels militars. Durant tres o quatre mesos varen tenir tota l'Illa sota el seu terror. Són els cinquanta o seixanta homes que han exercit el terror més horrible per aquí ". De todas formas, sería injusto descargar toda la culpa de esta barbarie únicamente sobre los Dragones. La colaboración del marqués de Zayas, del gobernador civil, el jefe de la policía política de Falange, el alcalde Manacor, entre otros, fue imprescindible para hacer efectiva esa organización del terror.

Como se ha dicho, esta dura represión duró unos cuatro meses. La situación se fue tornando insostenible, sobre todo por el recelo y descontento crecientes del mando militar de las Balears. La consolidación de Franco como Generalísimo a finales de septiembre, provocó que se cambiaran las tornas. Concentrado el mando militar en el nuevo jefe del Estado, y estando éste bien informado de la situación en la isla, tanto por su hermano Ramon, como por el coronel Benjumeda o también por el propio gobernador civil, y amigo personal, Mateu Torres Bestard, no tardó en hacerse cargo de la situación. El Ejército del bando nacional llegó a la conclusión de que debía controlar Falange y, consecuentemente quitar de en medio a Bonacorsi. Cuando el italiano finalmente entendió las intenciones del mando militar balear reaccionó colérico. Hubo fuertes discusiones. Los propios italianos se dieron cuenta de que el líder de los Dragones de la Muerte no podía continuar en la isla. Bonacorsi abandonó Mallorca el 23 de diciembre de 1936.

Cuando en 1960, Antoni Tarabini, un chico de veinte años „la misma edad que habían tenido en su día los Dragones„ mallorquín, hijo de militar italiano, pudo visitar a Bonacorsi en Roma y tuvo el coraje de llamarlo asesino y fracasado... él no lo sabía, pero en aquel mismísimo momento estaba devolviendo la voz a todas aquellas personas que habían sido silenciadas de golpe durante los fatídicos meses de 1936.

Compartir el artículo

stats