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Crónica de antaño

Palma en la romanización de las Baleares

En la desembocadura de sa Riera se construyó el primer puerto.

Hablar de la civitas romana, o antes de la polis griega, es hablar de civilización. Así lo afirmaba Estrabón al advertir que "la civilización va indisolublemente ligada al desarrollo de las ciudades, mientras la barbarie es propia de los asentamientos aldeanos". Para él, "sólo la vida urbana es propia de las gentes civilizadas, mientras que las aldeas y los bosques son el hábitat natural de las gentes bárbaras". A ojos de los romanos, las comunidades indígenas que vivían fuera de sus fronteras, o que habían sido conquistadas hacía poco tiempo, no eran sino gentes bárbaras que vivían primitivamente, conservando costumbres consideradas salvajes.

Por ello, las ciudades eran elementos integradores de primer orden para conseguir la asimilación de todos aquellos pueblos que se iban integrando en la República romana primero, y en el Imperio después. En este sentido, la civilización llegó a las Baleares tras la conquista de Mallorca en el año 123 a.C., capitaneada por el procónsul romano Quinto Cecilio Metelo, conocido con el sobrenombre del Baleárico.

Tal como apunta el historiador Pau Marimon en su síntesis sobre la época romana de las Baleares, se dispone de muy poca información sobre las causas y desarrollo de esta conquista. A pesar de ello, Marimon atina a la hora de intentar esclarecer algunos aspectos. Primeramente, se debe advertir que los romanos y los mallorquines prehistóricos tenían contactos desde hacía por lo menos cien años antes de la invasión. Por ejemplo, en el contexto de las Guerras Púnicas, en el año 217 a.C., unos legados talayóticos se presentaron ante Publio Cornelio Escipión, comandante del ejército romano, para pedir la paz. Parece ser incluso que los romanos cooperaron con los mallorquines en la defensa de Mallorca ante el intento de invasión por parte del ejército dirigido por el cartaginés Magón, hermano de Aníbal, el cual fue rechazado a pedradas por los nativos ayudados por un grupo indeterminado de romanos que residían en la isla.

Tras finalizar la Segunda Guerra Púnica en 201 a.C., hasta la conquista de 123 a.C., se abrió un período durante el cual las Baleares no aparecen en la documentación y en que Roma continuó ampliando sus fronteras. Es en ese contexto en que se debe situar la conquista llevada a cabo por Quinto Cecilio Metelo. En un momento de expansionismo territorial por parte de Roma, al mismo tiempo que los romanos necesitaban controlar las rutas comerciales, entre las cuales las Baleares eran un importante punto estratégico.

Si además se tiene en cuenta que los mallorquines a menudo llevaban a cabo acciones de piratería contra naves, muchas de las cuales eran romanas, se entienden las principales causas por las que el Senado romano ordenó la ocupación de las Baleares. Veamos lo que dejó escrito Florus a principios de nuestra Era: "Por aquellos tiempos las islas Baleares habían infestado los mares con un furor propio de los piratas. Era sorprendente como unos hombres feroces y salvajes se atrevían a observar los mares desde sus peñas, y luego subir, incluso, a unas naves mal construidas, con las que atemorizaban, a menudo, con inesperados ataques a los que pasaban navegando".

Pocos son los detalles que se conocen de la conquista. Se sabe que la ocupación, tras un inicial intento fallido de resistencia por parte de los mallorquines, se logró con cierta facilidad. La mortandad fue importante. Parece ser que ello significó un grave desequilibrio demográfico. No debe perderse de vista que la pomposa ceremonia del triunfo que se le concedió a Quinto Cecilio Metelo en la que fue aclamado por el pueblo de Roma implicaba haber matado a más de cinco mil hombres.

Precisamente, se ha apuntado en más de ocasión que la idea de bautizar a la nueva ciudad mallorquina con el nombre de Palma habría surgido a raíz de haber conseguido esa victoria y, en Roma, haberse paseado con las palmas, signo precisamente del triunfo en la batalla. En fin, las bajas tras la ocupación intentaron ser paliadas unos meses después con el traslado de tres mil colonos romanos (rhomaioi) procedentes de Iberia.

Tal como apuntaba Cicerón, una civitas debía asentarse en un lugar elevado, desde el que se pudiese divisar el ancho mar para poder controlar el tráfico marítimo. Al mismo tiempo, este asentamiento debería disponer de un fácil acceso al mar, cerca de instalaciones portuarias. Estos requisitos se cumplieron con las ubicaciones de Pollentia, en la periferia de la actual Alcúdia; y Palma, en su primer asentamiento, en el solar hoy ocupado por el hospital de Son Espases.

Tras la conquista, no se debió tardar mucho en construir muelles y almacenes en ambas bahías. Unas décadas después se decidió fundar la nueva Palma justo en la costa, concretamente en el altiplano que se elevaba en la desembocadura del torrente, siglos más tarde conocido como la Riera y, por tanto, embrión de la ciudad actual. Fue precisamente en esa desembocadura, cuya lengua entraba con profundidad tierra adentro, donde se construyeron las primeras instalaciones portuarias palmesanas.

A partir de esos momentos, las islas pasaron a depender administrativamente de Hispania. Al principio se integraron en la provincia de la Hispania Citerior, con capital en Cartago Nova (Cartagena). Después, tras las reformas llevadas a cabo por Augusto (63 a.C.- 14 d.C.), pasaron a la provincia Tarraconense, con capital en Tarraco (Tarragona) y a finales del siglo III formaron parte de la provincia Cartaginense. La pax romana instaurada por Augusto permitió vivir en paz durante mucho tiempo (casi dos siglos). La seguridad y estabilidad posibilitaron prosperidad en todo el Imperio. Durante esa época se dio un fuerte avance, tanto en el campo religioso, como el lingüístico, como el cultural. La romanización se extendió por todos los territorios del Estado.

En Mallorca, según Sergi Calzada y Pau Marimon, la integración romana por parte de los nativos se produjo en dos etapas. A la vista de las inscripciones conservadas, parece ser que primero se integraron las clases más elevadas de la sociedad talayótica, hasta el punto de que un siglo después de la conquista la oligarquía indígena ya había adoptado la onomástica romana. La epigrafía nos desvela algunos ejemplos: C. Coelius, Valerius Quinctus o C. Valerius Icesta. Por el contrario, la asimilación general de la población prehistórica fue mucho más lenta. Ello no fue impedimento para que los famosos honderos baleares luchasen en el ejército romano.

Cayo Julio César en su crónica sobre la Guerra de las Galias (58 a.C.-51 a.C.) cuenta cómo los honderos combatieron bajo su mando. Fue en el momento en que la ciudad de Bibrax, aliada de Roma, estaba sitiada por los belgas. En el 57 a.C. Icci, caudillo de aquella ciudad, solicitó ayuda a su protector y "a medianoche, César, sirviéndose de los mismos generales que habían venido como embajadores en nombre de Icci, envió, por ayuda de los ciudadanos, númidas, arqueros cretenses y honderos Baleares". Y es en ese mismo instante, cincuenta y siete años antes de iniciarse nuestra Era, cuando los talayóticos desaparecen para siempre de la documentación y de las crónicas.

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