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Rescatadores de libros

Algo a lo que no puedo acostumbrarme es al espectáculo de los libros en el contenedor. Desde hace un tiempo...

Rescatadores de libros

Algo a lo que no puedo acostumbrarme es al espectáculo de los libros en el contenedor. Desde hace un tiempo, el libro sencillo ha perdido gran parte de su papel como objeto de cultura. En una cultura absolutamente materialista, que cada vez ensalza más el lujo y la superficialidad, ¿qué papel hay para un libro en rústica que ya no se quiere? Cada vez es más común el encontrarse con montones de obras apiladas junto a la basura. A veces, son libros baratos y de escaso valor. Pero en muchas ocasiones se trata de obras interesantes, bien encuadernadas, incluso enciclopedias. Allí están, esperando al camión de Emaya para correr el mismo destino que las mondas de naranja o las espinas de sardina.

Saturadas por los fondos propios, y cada vez con menos medios, las bibliotecas ya declinan muchas donaciones. A veces colocan unas mesas en la entrada para que quien quiera pueda coger un libro. Hasta tal punto llega la sensación de falta de espacio y de medios. Es una crisis apocalíptica, que conculca los valores de aquello que hemos entendido por cultura desde hace mucho tiempo. Para mucha gente el móvil ya basta. Si quieren algo, lo miran en el Google o se bajan un pdf. Como si la arquitectura del conocimiento que representa un libro se pudiera sustituir por la pantallita.

En este panorama sombrío, habría que reconocer el valor de unos nuevos personajes. Los rescatadores de libros. Son aquellos que visitan los contenedores uno por uno. A veces se asoman a su boca en busca de libros. Todo aquello que se ha abandonado vuelve a la existencia gracias a ellos. Porque esos mismos libros rechazados, despreciados, acaban por reintegrarse a un nuevo mercado: los puestos de libros viejos, los coleccionistas. Y allí, un público interesado los mira, los hojea o los compra. Devolviéndoles el valor que tienen como parte de nuestra cultura.

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