Fumadores de la nada

En el fondo, todos tenemos algo de voyeurs. Y sucumbimos fácilmente al síndrome de La ventana indiscreta. El que esto firma, por ejemplo, pasa mucho rato mirando las nubes. Pero sobre todo las ventanas de los edificios colindantes, con sus luces, sus personajes, sus historias.

Últimamente, he descubierto la existencia de una nueva figura. Podría llamársele el 'fumador de la nada'. Son esos vecinos que se asoman a las ventanas para fumarse el pitillo prohibido, sin contaminar la casa. Los ves a lo lejos, encaramados sobre el vacío. Meditabundos, extáticos. Consumiendo su cigarrillo mientras contemplan el universo de ropa tendida, patios interiores, claraboyas, antenas y tejados.

Cuando el fumador de la nada se encuentra a una altura considerable, te produce un cierto efecto balsámico. Lo ves allá, asomado a la ventana, inmóvil. Y parece un personaje mítico que vigile la existencia de la tierra. Un protector. Apenas se mueve y adivinas su mirada perdida. Sus gestos calmosos. Su pensar en otras cosas. Como auténtico habitante de esa nada que es el vacío y el paisaje urbano. En el que no es más que una diminuta silueta, un puntito, algo casi imperceptible.

Estoy convencido de que casi nadie repara en ellos. La gente está muy ocupada con sus quehaceres, y pocas veces levantan la mirada hacia sitios en principio poco interesantes. ¿A quién le puede despertar curiosidad ver las ventanas traseras, las coladurías, los termos del gas, las sábanas extendidas?

Sin embargo, en esa ausencia de acontecimientos reside principalmente el interés. Porque suprimido el estímulo excitante de lo cotidiano, de las cosas que pasan, llega el momento de las cosas que no pasan. Aquellas que parecen detenidas en el tiempo. Parece que esos fumadores de la nada estuvieran allí desde hace años. Impertérritos, ausentes.

Como esas estatuas que coronan algunos edificios importantes. Que todo lo ven y a las que nadie mira.

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