Sa Torreta

Las ventanillas del Ayuntamiento

Santa Eulàlia, un ejemplo de cómo ´pasar´ del ciudadano.

Santa Eulàlia, un ejemplo de cómo ´pasar´ del ciudadano.

Joan Riera

Si una administración se muestra atenta con el ciudadano en la ventanilla, será cuidadosa en el trato global. Desconfíe de aquel organismo que trata con desdén y caos al administrado que visita su casa. La dejadez se traslada a todos los niveles. Desde el alcalde, al barrendero. Desde el alto funcionario, al policía de barrio.

Palma es una ciudad de dudosa reputación a la hora de escuchar al ciudadano. Basta darse una vuelta por las oficinas de la plaza de Santa Eulàlia para percatarse de la consideración con que trata el Ayuntamiento a los palmesanos.

La primera sensación es de caos. La entrada y salida están mal organizadas. La seguridad es anárquica. Si uno pone cara de empleado municipal pasa sin problemas. Puede llevar un kilo de droga, un kalashnikov o un enjambre de abejas. Nadie molestará al bromista ni al terrorista. El control ni siquiera cubre la totalidad de la entrada. No es necesario poner jeta de funcionario, basta con hacerse el despistado y mezclarse con la multitud que aguarda a ser atendida.

La espera se produce en un rincón. Ahí se amontonan 30 personas en quince metros cuadrados. Se entremezclan quienes ya conocen su destino con quienes aún intentan descubrir qué letra pulsar para obtener un número. Cuatro empleados atienden a los sufridos administrados aunque hay una docena de mesas dispuestas para prestar el servicio.

Corren el riesgo de sufrir tortícolis. Una de las pantallas que cantan los números lleva meses estropeada. Entre la zona de paciencia y el plasma que funciona se interponen una columna de hormigón, unos soportes de folletos y un panel de autobombo municipal que miente sobre el ahorro de energía. Solo es eficiente la funcionaria que indica qué botón apretar.

Se nota que ningún político se ha sentado unas horas en este potro de tortura. Una simple redistribución de espacios sería suficiente para que el ciudadano se sintiera respetado y no un mero bulto. Pero ya se sabe, hasta la izquierda se olvida que viene del pueblo en cuanto se sienta en un despacho.

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