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Sa Torreta

Sant Miquel con coches y motos

Comercio, coches y motos en una calle estrecha. Una combinación que hoy se nos antoja imposible, casi explosiva, y que, sin embargo, era habitual...

Poco espacio para tantos sistemas de desplazamiento.

Comercio, coches y motos en una calle estrecha. Una combinación que hoy se nos antoja imposible, casi explosiva, y que, sin embargo, era habitual en Sant Miquel en los años 60, cuando fue tomada la fotografía de Torrelló.

El tráfico rodado tiende a ocupar todo el espacio que le ceden los gestores de la ciudad. Pero cuando se restringe, la circulación se adapta a las nuevas circunstancias. Eso sí, cada paso hacia la peatonalización de un eje ciudadano llega precedido de una feroz batalla dialéctica entre defensores y detractores.

Peatonalizar Oms generó una campaña de los comercios contra el Ayuntamiento de Ramon Aguiló. En todos los escaparates había carteles con un león rampante dispuesto a comerse a los probos tenderos. ¿Aceptarían los mismos opositores que cientos de coches volvieran a transitar cada día la cuesta que une la ciudad alta con la baja?

Lo mismo ha sucedido en las calles Blanquerna o Fàbrica. Las idas y venidas municipales han acabado claudicando ante una evidencia: que cada vez es más necesario ganar espacios para los ciudadanos a costa del insaciable vehículo motorizado.

Motocicletas y turismos competían en la calle Sant Miquel por un espacio muy limitado, apenas cuatro metros en sus tramos más angostos. Un día se cortó el tráfico que después atravesaba la plaza Major y seguía por Colom o viceversa. El sosiego llegó a la antes llamada calle de la Síquia y los vehículos encontraron otros espacios para ocupar.

Hoy la lucha en estas calles comerciales es otra. Observe los rótulos de los comercios. San Miguel, Selecciones Rosselló, Gema... Apenas queda nada de la oferta tradicional. Las calles de tiendas se han convertido en el paraíso de la franquicia. Adiós a la botiga de telas de toda la vida, hasta nunca al mostrador con marcas diversas de zapatos, se acabó el bar de toda la vida en el que cliente y propietario mantienen una relación casi familiar. Hoy encontramos marcas impronunciables y el mismo producto que en el otro extremo del mundo.

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