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Palma a Palma

Huérfanos del Niágara

Ala hora de trazar tu currículum vítae olvidas una parte importante de la existencia. Aquella que no ha transcurrido ni en escuelas, ni en universidades, ni siquiera en tu casa. Es tu formación de cafetería. Esos locales que te marcan para siempre. Que forman parte de tu sensibilidad y de tu historia. Y que aunque cierren o tú estés lejos, siguen permaneciendo de alguna manera en tu interior. Porque son más que un mero local de restauración. Representan una manera de vivir.

Si hago un repaso rápido hacia el pasado, un café en especial marcó muchos años de mi vida. Coincidiendo con la época en que trabajaba en el local de Bonaire de este diario. El bar Niágara.

Durante mucho tiempo, iba una o dos veces al día a este pequeño local en la confluencia de las avenidas con Rubén Darío. El teorema del Niágara no era tanto el continente como el contenido. Un establecimiento relativamente pequeño, que no cambió en años. Atendido por los hermanos Saíto y Enriqueta, quienes le proporcionaban una atmósfera muy especial. Irremplazable.

El Niágara correspondía a esa categoría de café refugio, café hogar, café observatorio, café punto de cita, café universidad. Con el panorama de sa Riera, era frecuentado por gente de la UIB, del Colegio de Médicos, de oficinas, estudiantes. Y allí establecías tu segundo mundo. Ese que solo unos pocos cafés privilegiados pueden brindarte.

Cuando cerró sus puertas, muchos nos sentimos huérfanos del Niágara. Perdidos en la inmensidad oceánica de la ciudad. Sin aquel pequeño refugio cercano al trabajo que nos amparase. Pero incluso así, siguió en nuestros corazones. Solo eso explica que también el hilo invisible de las casualidades nos siga uniendo a él.

Después de cerrar el local, Saíto y Enriqueta se trasladaron a Castilla. Hace muy poco, una amiga suya me dio noticias de ellos. Eso me hizo recordar el café y busqué en el ordenador alguna foto antigua, sin encontrarla. Y un día después, cuando paso por delante del antiguo local del Niágara, un coche toca el claxon.

¡Eran Saito y Enriqueta que volvían por unos días a Palma! Hay vínculos inextinguibles que siguen activos. Aunque su origen, como es el caso del añorado Niágara, hayan desaparecido.

Deberíamos incluirlo en nuestro curriculum cafeteriae.

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