El Día sin Coches en Palma tuvo tantos coches como un día normal. Ese es el balance de una jornada que se quedó en el nombre y que solo supuso un quebradero de cabeza para algunos conductores pero no un cambio real en el tráfico.

En las calles del centro histórico, donde estuvo prohibido aparcar entre las ocho de la mañana y las ocho de la noche, seguía siendo igual de difícil ver un hueco vacío. No solo porque los residentes del centro podían estacionar con normalidad, también porque muchos conductores se saltaban la prohibición ante la falta de información.

Las máquinas de la ORA no funcionaron y, a diferencia del año pasado, la aplicación Telpark también se desactivó. Aun así, la mayoría decidía dejar el coche aparcado en la calle como si se tratara de un día normal. Los controladores de la zona azul se centraron en informar a los conductores que veían, más que en multar. La mayoría de los vigilantes usó la mano izquierda y se negó a sancionar a quienes aparcaban sin tique, aunque les obligaban a estacionar en un aparcamiento subterráneo o bien fuera de las avenidas.

Y era entonces cuando, por momentos, parecía que el Día sin Coches tenía algo de sentido. Cuando la controladora de la ORA, se iba al paseo de Mallorca de repente había huecos en el paseo de Mallorca. Si la trabajadora cambiaba de zona y bajaba a Jaume III, el paseo de Mallorca se llenaba y aparecían plazas vacías en Jaume III. El espejismo era cuestión de minutos hasta que los coches privados volvían a llenar el estacionamiento.

Quejas ciudadanas

Otra escena repetida fue ver a copilotos plantados dentro del coche, esperando a que el acompañante hiciera los recados del día. Eso le pasó a Óscar Otero, vecino de Magaluf, quien se quejó de la falta de información sobre el Día sin Coches. Además de los carteles informativos en las máquinas de la ORA, también hubo vallas en la Costa del Gas.

Más morro le echó un obrero que quería aparcar sí o sí en Jaume III porque iba "a una obra de aquí al lado y son solo cinco minutos". Al final tuvo que irse a un aparcamiento subterráneo.

Más suerte tuvo un microbús que se pasó un buen rato aparcado en el mirador de la Seu -pese a estar prohibido todo el año- mientras los turistas que transportaban visitaban la zona. Ni en el Día sin Coches la catedral se libra del descontrol.

A Shirley y Robert Englund, turistas británicos, también les pillo de improviso. Tras aparcar en el centro se tuvieron que buscar un plan alternativo. "¿Y esto lo hacéis muy a menudo?", preguntaron con sorpresa.