Dicen que los jóvenes no respetan nada. Ayer lo demostraron. Pese a los reiterados intentos del juez real Jaume Joan de Berga para poner paz, la muchachada cargada de furia y con ganas de pelea desatendió sus argumentos. Y así fue como estalló por segundo año la guerra civil entre los bandos de Canamunt y Canavall.

Ambas facciones se dieron cita en el Parc de la Mar para resolver su enemistad con sus pistolas de agua, el arma por la que optaron los belicosos jóvenes en vez de la daga o el florete. La escaramuza estaba prevista para las cinco de la tarde, aunque se inició una hora después. Los chismosos aseguraron que la empresa municipal de aguas Emaya se retrasó una hora en entregar los 20.000 litros de agua reciclada que sirvieron como munición para la lucha.

La charanga Final Feliç y las batucadas Tambors per la Pau y Realment Cremats guiaron a los guerrilleros -miles de ellos, imposible saber cuántos- hasta el campo de batalla. Eduard de Sastre, en calidad de cabecilla de las huestes de Canamunt, lanzó una de las provocaciones más impura e impía jamás vista. Cuatro jóvenes de su bando, vestidos de riguroso rojo, mostraron sus culos a las tropas rivales. El gesto hostil supuso una nueva afrenta para Pep Cabrit, líder de la bandería de Canavall. La milicia canavallera, identificada por sus ropajes amarillos, les lanzó globos de agua aunque con escasa puntería.

Tras el nulo éxito del oidor Berga para mediar en el conflicto, ambas banderías corrieron una contra la otra con absoluta violencia. Entre los rojos utilizaron sandías huecas como casco de protección. Por parte de los amarillos, destacó un fontanero que usó sus habilidades para construir un bazuca con tuberías, un medidor de presión y un inflador de ruedas. Los menores de 10 años tuvieron su propia zona bélica, separada de los combatientes adultos. Apenas hubo muertos. Sin embargo, todos tuvieron que lamentar lesiones, que iban desde las salpicaduras hasta el empapamiento absoluto en los casos más graves.

El oidor Berga fue la principal víctima del duelo entre los linajes nobles de la ciudad. Los canamunters, que triplicaban en número a sus rivales, asesinaron al único hombre que intentó mediar en el conflicto. El paraguas rosa de Disney que portaba el ayudante de Berga no le salvó de que le mojaran a bocajarro hasta la muerte. Una hora después, al ver las trágicas consecuencias de la húmeda guerra civil, ambos bandos firmaron una tregua.