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Palma a la vista

Una postal muy ruidosa

Puede parecer una estampa bucólica, pero es imagen de la contaminación. feliu renom

La entrada a Mallorca en avión no tiene desperdicio si uno se quita el traje de turista y se vuelve mosca cojonera. Asomado a la ventanilla, el insecto comprueba que la isla seca está atestada de piscinas -este mismo verano, el mismo que se está lanzando el SOS por la falta de agua, se han aumentado las solicitudes para construir pozas en las casas particulares de la isla-. El mar no nos basta para refrescarnos. ¡Somos tan Miami!

A medida que se acerca a la pista del aeropuerto, el bicho comprueba que existe demora en la hora prevista de su aterrizaje. Unas cuantas vueltas más para hacer comprobaciones empíricas del paraíso que, ciertamente, desde el aire, impresiona. El corte de la sierra, la Tramuntana, es bellísimo. Pero fiel a ser toca narices, el animal se pone a pensar. Si cada dos minutos se produce un aterrizaje o un despegue, ¿qué les sucede a los de abajo, a los habitantes de ese bucólico pueblecito cercano a Son Sant Joan, que está contemplando desde el cielo? Solo de pensarlo, le duelen los oídos.

Efectivamente, Sant Jordi, pero no solo, porque también han sido víctimas los de Can Pastilla, es Carnatge, Cala Estancia y aledaños, conoce más que nadie qué significa la expresión contaminación acústica.

Hace algo más de una década, un estudio de la Universitat balear sobre El problema del ruido en los entornos aeroportuarios, firmado por Joana Maria Seguí, María Rosa Martínez, Maurici Ruiz y Joana Eva Martí ya alertaba de que "en Palma la situación se prevé conflictiva desde la expansión prevista de la infraestructura".

Ya en el 2004 se hablaba de 46.000 afectados. Curiosamente, el estudio indicaba que los residentes en las zonas con mayor contaminación acústica manifestaban una adaptación, aunque esta no significase que no estuviese afectada.

La mala calidad del sueño tiene un efecto acumulativo de nefastas consecuencias, como ya ha alertado la Organización Mundial Salud (OMS). En Sant Jordi no se duerme bien, concluye la mosca.

Durante años, AENA trata de compensar con insonorizaciones de sus casas a los vecinos que están dentro de la llamada huella acústica, siempre y cuando acrediten que efectivamente están en ella, y que tienen licencias de obra anterior a la declaración de impacto ambiental además de superar la prueba de las mediciones que acrediten que están afectados. Por el momento, de las casi 1.400 casas con derecho a solicitarlo, solo 779 están protegidas. ¿Qué pasa con los que faltan?, se pregunta el bicho.

En cabina anuncian ya el inminente aterrizaje. La mosca se inquieta en su asiento. Se acerca a esa estampa bucólica, de ese pequeño pueblo que hasta por tener, tiene molinos. Se siente culpable hasta que el vecino le tira de la manga. ¡Ya estamos en el paraíso!

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