Había ganas. Se notaba. La procesión de la Virgen del Remei este año sí pudo ser. Al fiasco de la pasada convocatoria que dejó a la imagen mariana y a sus fieles en el templo por la lluvia, el clamor popular ayer por la tarde en una cita ineludible para muchos vecinos del Molinar. Este año más notorio el seguimiento puesto que, tal y como indicó Miquel Castro, presidente de la Cofradía del Remei, se han añadido escolanías de la cofradía.

Muy devota, no faltó la política del PP Catalina Cirer que se encontró con otro colega de su partido, Biel Company. Al que aspirara a hacerse como hombre fuerte del PP se le vio a la puerta del templo, charlando con unos y otros antes de que saliera la imagen de esta virgen, muy querida en el barrio.

Escoltada por la banda musical de La Esperanza, que en esta ocasión sustituyó a la de la Paz, la procesión se dirigió al son de clarinetes y redoble de tambores hasta el club Nautic Portixol, lugar en el que se embarca la talla para dar inicio a la procesión marinera. La barca la dejó en club Marítim Molinar y de ahí volvió a casa, la iglesia Nostra Senyora del Remei.

La talla, del siglo XIX, tiene muchos adeptos. Algunos valoran en su sencillez la expresión de esta virgen que todo lo cura.

Históricamente ha sido portada por mujeres de pescadores, pero en la actualidad frente a la merma de profesionales de la pesca, son menos las costaleras con origen marinero. La más veterana, Francisca Forteza, madre del actual presidente de la cofradía, lleva cuarenta años portando la imagen.

"Yo soy partidaria de que la mujer tenga poder. Me han protestado mucho, pero ahí estamos", dice riendo, minutos antes de salir en procesión.

En la plaza, en la calle, en el paseo, centenares de personas, escasos extranjeros esos que parece están comprando el barrio a toda marcha, y un poco de lío con el carril bici. El desfile religioso pilló desprevenidos a más de uno que por un pelo no acabó abalanzándose sobre la Virgen.

En la caída de la tarde, con una luna en crecida y el sol cediéndole el paso, algunos se daban el último baño como unas madres marroquíes con sus pequeños, y unas gitanas que velaban el chapuzón de los pequeños del clan. "El demonio, el demonio", decía un crío travieso al escuchar los sones de la banda que ya asomaban por el paseo del Molinar.

Tras la procesión, tocaba la cena de la Mare de Deu d'Agost, la punta del iceberg del verano que para muchos empieza a declinar, y para otros es la esperanza del otoño.