Diario de Mallorca

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Palma a la vista

Callejones de salvación

En 2014 la calle dels Llums aún no estaba ocupada por las terrazas, aún no nos habíamos rendido a ellas. dibujo de feliu renom

Hace años, un tal Guy de Forestier describió a sus Queridos mallorquines como seres peculiares que hacían cosas tan raras como cambiar de acera cuando veían que estaban a punto de encontrase con otro nativo, de esos que llamamos conocidos, o bien, si eran un poco más corteses, se limitaban a alzar una ceja como un resumen del saludo habitual en Mallorca: -Com và? Bé và.

Los mallorquines somos tan raros que le compramos el libro retrato por miles, convirtiéndose en el bestseller de la isla, quizá ni superado por la compañera de Chopin, George Sand, y su sonoro y despiadado Un invierno en Mallorca, donde vertía toda su saña hacia los habitantes.

Cuando los teléfonos móviles aparecieron, y ya ni te cuento con la salida al mercado de esa joya de incomunicación que es el smartphone, los mallorquines ya no necesitamos ni cambiar de acera. Nos limitamos a hundir la cabeza en la pantalla del teléfono móvil y seguir escribiendo. A ese gesto se le llama hablar. Forestier no podría haberse imaginado que un artefacto de escaso porte superaría la natural antipatía de nosotros los mallorquines.

Pues bien, en este verano de atropello turístico en el que antes de iniciar la temporada algunos ya pintaron su inquina contra los turistas, hoy más que nunca los lugareños buscan resquicios de soledad. Hasta hace unos años, se encontraban en los callejones o callejas como la que dibujó en 2014 Feliu Renom: la calle dels Llums. Hoy ya nada es igual en temporada alta porque cansados de malvivir en tiempos de la crisis, muchos restauradores o propietarios de bares han visto en los turistas la tabla de salvación a sus mermadas economías. El pequeño comerciante apenas pellizcará alguna ganancia de semejante saturación. Es el hotelero el que se lleva la mejor tajada, como ya saben los de este gobierno de tibia izquierda.

En la ciudad antigua de Ramon Llull, hay que ingeniárselas para quedarse a solas. Ni siquiera dándote un madrugón de canto del gallo te garantizará una ciudad libre de guiris.

Con todo, ni los miles de turistas que han picado en el cebo de hacer de la ciudad su destino vacacional nos librará a algunos mallorquines de seguir buscando el amparo de los callejones.

"La luz de la mañana iluminaba el callejón y un rayo de sol daba contra la parte superior de las paredes del bazar y de la barbería. Sanker, el camarero del café, rociaba el suelo con agua de un balde. El callejón de Midaq se disponía a pasar otra de las páginas de su vida cotidiana. Los habitantes daban la bienvenida a la mañana con su griterío habitual". El novelista egipcio Naghib Mahfuz, premio Nobel, glosó en su novela puzzle El callejón de los milagros un retrato de El Cairo que jamás de los jamases encontrará el desprevenido viajero en una guía de Egipto.

Hace más la literatura por una ciudad, por una geografía, por un lugar que cualquier guía. Por ello, en los callejones de Palma aún podremos encontrar el susurro de una ciudad silenciosa, mediterránea, sucia como Nápoles, por desgracia, y muy para servir a usted como las bellezas italianas de Florencia y Venecia. Pero aún así, estarán las callejuelas para salvarnos de la cruz del éxito turístico.

Hay callejas donde el viento te roza la cara cuando dejas atrás el avispero de los niños de colegio. Otras hermanas suyas huelen a mierda de caballo mezclada con el sándalo de alguna cercana iglesia. Otras son tan discretas que te miran de reojo, se te arrumban mostrando la quilla o te hieren la espalda con el olor de un jazmín salvaje, escapado de la casa de un descuidado aunque generoso vecino.

En esos remansos, en las calles Fideus, del Vent, en Bala Roja, en Blanquers, en los callejones de los milagros, que Palma aún tiene, es posible perderse, sobre todo cuando calienta el sol y todos esos fieles al baño solar se han ido a tostarse y por fin dejan en paz a estos mallorquines tan raros que somos todos nosotros.

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