Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Palma a Palma

La cigarra sinfónica

La cigarra sinfónica

Las cigarras forman parte del paisaje sónico del verano. En el campo, producen un estruendo atronador. Un concierto sinfónico. Con esos agudos bemolizados que suben y bajan. Esos sostenidos con glissando. En los eriales y los rostolls, acaban causando un auténtico 'muro de sonido' que ya hubiera querido para sí el mítico productor Phil Spector.

Las cigarras son eminentemente comunicativas. Parecen disfrutar enormemente al unir sus instrumentos de cuerda. Como si fuesen diminutos músicos de cámara. Tocan todas al unísono y sin necesidad de partitura. Y, eso sí, coinciden masivamente en esos dramáticos silencios de blanca. Cuando algo o alguien las ha asustado. Y de repente, el campo se vuelve silencioso. Hasta que, recuperada la confianza, vuelven de nuevo al ataque.

Pero, otras veces, las cigarras se pierden en la geografía urbana. Y entonces ya no cantan a coro. En algún rincón, un huerto o un jardín, la cigarra solitaria entona su melodía. Esporádicamente, a veces con desespero. Así como en la naturaleza la cigarra es una presencia alegre, que denota verano y desenfado, calor y mediodía, en la ciudad resulta triste. Uno se pregunta qué hace esa cigarra solitaria en medio del ladrillo y el asfalto. Tal vez está entonando una y otra vez el adagio, a la espera de que el resto de la orquesta le acompañe. Así una y otra vez. Pero el resto de la sección de cuerda no comparece.

Melancólica soledad la de la cigarra urbana. Aquí en la ciudad su música resulta molesta e incluso extemporánea. Nadie le hace caso. Nadie le contesta. Cuántas veces ocurre lo mismo con el género humano. Personas nacidas y colocadas en lugares que no son el suyo. Y que por más que se esfuercen en mostrar sus potencialidades, están condenadas al silencio y al olvido.

Compartir el artículo

stats