Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

PALMA A PALMA

'Malsofrits del paradís'

Uno recuerda los temas recurrentes de la información turística de hace años. Siempre aparecía la palabra estacionalidad como un obstáculo a salvar. Y se suspiraba constantemente por el concepto algo platónico del "turismo de calidad".

Pues bien, años después la estacionalidad se ha terminado. Hay turismo prácticamente todo el año. Y el famoso "turista de calidad" crece a cada día que pasa: hoteles boutique, villas y apartamentos de lujo, restaurantes exclusivos, yates, fiestas privadas, galerías de arte...

Después de tanto tiempo suspirando por él, el "turista de calidad" ha resultado diferente al que se ansiaba. Con cierta ingenuidad, la teoría turística creía que ese espécimen de visitante sería muy correcto y culto, capaz de asistir a todos los conciertos de piano que se programen. Exquisito en el gusto, y entusiasta con los valores que la isla ofrece.

Gran sorpresa ha resultado comprobar como, años después, la realidad es otra. El "turista de calidad" no es tan aficionado a los conciertos de piano como se creía. En cambio, tiene muy claro el principio de segregación. La delimitación de espacios exclusivos no compartibles. Vedados para los que no sean como él.

Sobre su sensibilidad, también hay dudas. Yates despampanantes fondean sobre los fondos de posidonia ignorando las reservas naturales. Magnates organizan eventos en espacios públicos como playas o rincones de la costa, cerrando el acceso con guardas de seguridad. Los paisajes tan anhelados se llenan de concentraciones de barcos, hasta convertirse en una especie de fondeaderos de lujo. Sin apenas horizonte. El que paga manda. Y todo tiene un precio.

Pero quizás lo más asombroso ha sido descubrir que el "turista de calidad" no se muestra feliz. Se le imaginaba como aquellos turistas naífs de los 60. Contento con la sangría, la paella o el pa amb oli. Pero en rico.

Pues no. El turista exclusivo sufre una especie de síndrome de los malsofrits del Paradís. Cuando más paradisíaco es su entorno, más indiferente y malhumorado parece. No muestra alegría, sino irritación e impaciencia. Se balancea en su barco, en un paisaje de ensueño, y solo desfilan por su cabeza las preocupaciones. Su visión denota compra y consumo. No felicidad.

De eso se extrae una conclusión inquietante. Tal vez, el Paraíso por sí mismo no siempre hace feliz.

Compartir el artículo

stats