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Palma a la vista

Dethorey sigue en Mallorca

La casa donde vivieron Ernest Dethorey y Gertie en el Terreno. Feliu Renom

No llegó ni a una década pero los años que Ernesto Dethorey vivió en Mallorca, primero en Fornalutx y luego en el Terreno, le marcaron de tal manera que acabó regresando a ella en forma de polvo enamorado. Las cenizas de aquel escritor, periodista, cronista, corresponsal, nacido en Barcelona en 1901, están en el cementerio de Palma. Tras su muerte, en octubre de 1992, su viuda, Gertie, junto a su hijo Roberto, su nuera y su nieto, cumplieron con el deseo del fallecido: volver a la isla.

Sellaba así una póstuma declaración de amor porque fue aquí donde en 1926 conoció a aquella jovencita sueca, rubia y de ojos azules que estaba pasando sus vacaciones, hospedada en el hotel Mediterráneo. Fue, para ambos, un flechazo. Ya no se separaron.

Desde 1926 convivieron hasta que en 1927 se fueron a Suecia a casarse. Regresaron. Vivían en la casa de los Cuatro Continentes, en la calle Bonanova, donde nacería su hija Carlota en 1928. Pero ese mismo año, volvieron a Estocolmo. Él no quiso volver a un país donde se había instaurado la dictadura de Franco, tras un golpe militar que desembocó en la guerra civil. Dhey, como siempre firmó sus artículos para El Día, fue un acérrimo combatiente contra los totalitarismos.

"Si Ernest se hubiera quedado en Mallorca, no me cabe duda de que lo habrían fusilado", declaró su viuda en Mallorca en 1995. Un año antes, cerró el trato que no pudo alcanzar con las instituciones públicas: dejar su valioso legado. La custodia del depósito de cartas, entre ellas con Miguel Ángel Asturias, Pau Casals, Ian Gibson, Gabriel Alomar, Jacobo Sureda, Llorenç Villalonga, la tiene la Fundación Bartolomé March Servera.

La casa donde vivieron sigue en pie. El Terreno guarda memorias de muchos, algunos de las mejores plumas de Europa, de artistas, de bailarines, de espías. Un microcosmos que al verlo hoy, tan degradado, dan ganas de salir corriendo. No hay guerra, hay dejadez, y eso es otro motivo de deserción. Seguro que Dhey le dedicaría algún que otro escrito.

Desde Estocolmo siguió vinculado a España, ejerciendo un papel clave para la concesión del Nobel a Juan Ramón Jiménez. Asimismo, ayudó a muchos exilados que huían de la barbarie del fascismo. ¿Por qué somos tan desagradecidos con los muertos? ¿Por qué les olvidamos tan pronto? Si alguien, un avispado director de cine, un norteamericano, un inglés quizá, tuviera conocimiento de la vida de Ernesto la habría llevado al cine. Narraría sus primeros años en Filipinas, su estancia en Liberia de donde tuvo que regresar al contraer la malaria, su llegada a aquella remota Mallorca, que le fascinó no solo por su belleza sino porque se codeó con personas de la talla de Gabriel Alomar, Jacobo Sureda, Llorenç Villalonga. Hombre de izquierdas (cuando decir esto significaba lo que siempre tuvo que significar), abdicó de su país, de la isla, y ya no volvió. Hasta que su amor, su ángel azul, Gertie, aquella jovencita sueca que conoció al verla bajar del tranvía, le devolvió a Mallorca en forma de polvo enamorado.

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