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Palma a la vista

Siduri se instala en la ciudad

María José Mulet y Sergio Covacevich, dueños de Siduri.

Cuenta la mitología que cuando Gilgamesh andaba buscando la inmortalidad en su largo periplo se paró en la taberna de Siduri. Instalada en la linde entre el mundo real y el mítico, el rey de Uruk quedó desconcertado cuando escuchó a la diosa de la alimentación, Siduri, recomendarle que se tomara la vida tal cual, que disfrutara de ella, y recordara que la inmortalidad está reservada a los dioses.

María José Mulet y Sergio Andrés Covacevich quieren que sus clientes se sientan como dioses en el pequeño restaurante que han abierto la pasada primavera en la trasera de las Avenidas, en Francesc de Borja Moll.

"Siduri podría ser un buen nombre para un lugar donde queremos que el cliente se olvide del mundo real, se relaje, se sienta a gusto", cuenta ella, más dada a la palabra que él, un chef formado en la Escola de Hosteleria de la Universitat Balear. Él tuvo la idea de invocar a la diosa.

Su aportación gastronómica se basa en un menú semanal, tanto de día como de noche, con platos que se preparan bajo la filosofía del slow food. Sirven algunos platos veganos que, "curiosamente no consumen solo los veganos", pero no todos lo son. La carta no es muy extensa. Hay que ir con tiempo, porque "cuidamos los detalles, los puntos de cocción de las carnes, las verduras, los pescados. Él es muy perfeccionista", pondera María José.

Ella nació en Sóller. De Can Borrás. Nieta del "tocólogo de Sóller, Gabriel Mayol y Francisca Deyá. Ellos me criaron", cuenta.

Ella cocina de manera más intuitiva. Él, nacido en Mar del Plata, pero de origen yugoslavo -Montenegro y Serbia-, aporta la técnica aprendida en la UIB. Ambos se conocieron en el Hermitage en Orient, quince años atrás.

"La idea de montar un negocio propio se ha ido madurando en todos estos años. Pero yo soy miedosa. Temía no cumplir con las obligaciones; además tengo dos hijos y me preocupaba aún más asumir semejante resposanbilidad. Ahora ya son mayores, él incluso es cocinero en el hotel es Molí en Deià, y estoy más tranquila", narra.

Pero antes de eso montaron un catering con otros socios, trabajaron en un agroturismo del norte de Mallorca y fueron jefes de otra empresa de servicio de comidas. "Nos dijimos, ahora o nunca. Por edad, iba a ser más difícil que nos contrataran con buenas condiciones", indica él.

El local, que solo cierra los domingos, sirve también desayunos y meriendas. Sus cocas de verdura y madalenas caseras son ya reclamo en el barrio. "Es una receta de mi abuelo", dice Sergio.

Él procede de una familia que ya regentó diversos negocios de hostelería en Mar del Plata. "Desde pequeño he vivido este ambiente, este trajín de fogones", dice, aunque con una calma total. "Siempre me gustó la cocina, pero no me imaginé que acabaría dedicándome a ella", admite.

Les gusta la zona, que está ganando adeptos, sobre todo por la pujanza de la vecina Blanquerna, pero ellos eligieron este local porque "se ajustaba al tamaño que podíamos atender". Le han dado una vuelta al que fue durante años Es Pati y luego cevichería. "Buscabámos crear un ambiente fresco, acogedor", dicen.

Siduri les mira y les aplaude. Quizá se pare a comer el rey Gilgamesh.

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