Diario de Mallorca

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Crónica de Antaño

Palma durante la Primera República (I)

Una de las primeras consecuencias fue el intento de derribar las murallas del casco antiguo.

En el año 1868, tras los días de la Gloriosa en que Isabel II se exilió a Francia y empezaba la guerra de Cuba (la Guerra de los Diez Años), mientras se establecía la peseta como moneda unitaria en todo el Estado y se oficializaba el sistema métrico decimal, empezaba el Sexenio Democrático, una esperanzadora etapa política en la que hunde sus raíces la democracia española.

A principios del año siguiente hubo elecciones a Cortes, el resultado de las cuales permitió la promulgación de la Constitución Democrática. Se nombró regente del reino al general Serrano para posteriormente proclamar rey de España (noviembre de 1870) a Amadeo de Saboya. Ese fue el primer intento de establecer en el país una monarquía parlamentaria. Mientras tanto, en Palma se había municipalizado el agua, se empezaban a construir escuelas laicas y las autoridades del Ayuntamiento y de la Diputación exigían la abolición de las quintas, con sus odiados sorteos que obligaban a muchos jóvenes a incorporarse a filas. Esos aires de progreso permitieron proclamar al caudillo de los agermanats, Joan Crespí, hijo ilustre de Palma, por lo que, a partir de entonces, su retrato campeó frecuentemente en la fachada de Cort.

A pesar de todas estas iniciativas modernizadoras, hubo continuos problemas que obstaculizaron la buena marcha de la vida política. Como un mal augurio, en el otoño de 1870 la ciudad padeció una epidemia de peste amarilla, mientras que el mismo día que ponía los pies en Madrid el rey Amadeo (2 de enero de 1871) moría asesinado el general Juan Prim, líder del Partido Progresista. Con la muerte de Prim, máximo valedor del nuevo rey, la coalición política que debía sustentar la nueva monarquía parlamentaria inició una traumática descomposición; que unido a la no aceptación del nuevo jefe de Estado por parte de los carlistas, alfonsinos y republicanos, no hacía más que presagiar el fracaso del nuevo régimen. Efectivamente, desde el principio la situación fue insostenible, por lo que se entiende que el 10 de febrero de 1873 Amadeo de Saboya renunciase al trono y, sin esperar la resolución de las Cortes, buscase refugio en la embajada italiana de Madrid.

Al día siguiente, las Cortes proclamaban la I República. De los tres diputados mallorquines a las Cortes de Madrid, solo Mariano de Quintana (diputado por Manacor) votó la República. Los otros dos, Antonio Villalonga (Escalada) y Joaquín Fiol no pudieron asistir a la sesión del parlamento. El primero por encontrarse ausente, mientras que el segundo había sido nombrado gobernador civil de Madrid, por lo que tuvo que acompañar al rey hasta la estación del tren que le conduciría fuera de España. De hecho, si hemos de hacer caso a las noticias de Gabriel Llabrés, fue el último en estrechar la mano al rey destronado antes de partir hacia Portugal.

Al día siguiente, en Palma, el secretario del Gobierno Civil, Juan de Mata Dacosta, publicó una larga alocución en la que anunciaba la renuncia del rey y la proclamación de la República por parte de las Cortes Soberanas, en la que Francisco Pi y Maragall había sido nombrado ministro de Gobernación y Estanislao Figueras, presidente del nuevo Gobierno. Al final de su escrito, de Mata proclamaba: "Tened confianza en la nueva forma de Gobierno que la Soberanía Nacional ha adoptado, la más sencilla, la más económica, la más libre y quizás la única que puede salvar España de la postración en que se halla, transformándola en Nación rica y floreciente".

Esa misma mañana, se izó la bandera nacional (la rojigualda, pues la bandera con la franja morada es posterior) juntamente con la mallorquina, que debió de tener un diseño diferente a la actual. A la bandera española se le quitó el escudo de España, ya que en el centro aparecía la cruz roja de la casa de Saboya. El alcalde, el médico Gabriel Oliver, publicó un bando encomiando a la gente a mantener el orden y la tranquilidad. La proclamación de la República transcurrió con normalidad durante toda la jornada. A la mañana siguiente, el general Villavicencio, encargado interino de la Capitanía General de Baleares, ordenó a sus oficiales que en los cuarteles la tropa vitorease a la República. Al mismo tiempo, el Ayuntamiento acordaba en el pleno organizar la Milicia Voluntaria.

Una de las primeras consecuencias en Palma tras la instauración de la nueva forma de gobierno fue el intento de derribar las murallas del casco histórico. Se solicitó la autorización al presidente, Estanislao Figueras, para derribar un primer tramo de muralla, el comprendido entre el baluarte de Chacón (Drassanes) y el cuartel de Caballería (actual Hort del Rei). La Junta de Obras del Puerto se adhirió a la propuesta, pero el general Villavicencio se opuso frontalmente, pues derribar este tramo de muralla "significaba destruir parte de la defensa de Palma". Cuando el viernes 14 de febrero el general se enteró de que desde el Gobierno Civil se habían hecho gestiones para recibir la autorización de demolición, ordenó que se distribuyesen discretamente soldados en puntos estratégicos para proteger las murallas. El sábado por la mañana la ciudad parecía ocupada militarmente.

Los palmesanos quedaron asombrados ante tal despliegue, pero los comercios se abrieron y la gente fue a trabajar como un día cualquiera. Pero sobre las diez de la mañana todo empezó a cambiar. De pronto se corrió la voz de que se había recibido un telegrama del Gobierno Provisional autorizando el derribo del tramo de muralla, lo que provocó que la gente dejase su trabajo para dirigirse a la plaza de Cort. El alcalde, del partido republicano, hizo colocar de nuevo las dos banderas. Sobre las once, la plaza estaba repleta de gente con pancartas y banderas, e incluso acudieron dos bandas de música para amenizar la manifestación. Todo aquel gentío, en un ambiente de fiesta popular, se dirigió a ritmo de las bandas de música hacia la Lonja.

Encabezaba la manifestación la comitiva de autoridades. Al llegar a la muralla, el alcalde se encaramó a ella y tiró la primera piedra, símbolo del inicio de la demolición. Ya por la tarde, ante una multitud de espectadores, un grupo considerable de jornaleros empezó a derrumbar la muralla que había frente la Lonja. El lunes siguiente la Comisión de Monumentos solicitó la conservación de la puerta vieja del Muelle, la misma que hoy da acceso a los jardines del Consolat de la Mar (continuará).

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