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Palma a Palma

A medio gas

A medio gas

El verano en Palma ha tenido tradicionalmente sus escenas y sus ritmos. Las calles desiertas a primera hora de la tarde. Las sombras dibujadas a trazos secos. La brisa que entra por la calle Miramar hacia el barrio antiguo. Los toldos recogiendo la luz del sol y protegiendo los balcones. La gente sentada en las terrazas bajo las hojas de los árboles...

Desde siempre, ha sido un pulso lento. A medio gas. Una compensación al calor y el bochorno que invaden la ciudad.

La industria turística está cambiando radicalmente esos modos. Ahora el verano equivale en la ciudad a hiperactividad. Grupos de turistas con el helado en la mano. Músicas de tiendas a todo volumen. Tardeo o ruta martiana. Galeras de caballos, bicicletas, artilugios de dos ruedas. Familias con sus maletas en busca de piso vacacional. Músicos y estatuas callejeras. Pizzerías, souvenires, take aways...

Aquella vida a paso lento de otro tiempo se reserva para algunas zonas, todavía no transformadas por la nueva economía. Allá aún llegas a media tarde, y en el bar gira perezosamente un ventilador. La clientela siempre resopla en la terraza, mientras chuperretea una horchata o un granizado. El dueño, con la camisa medio abierta, lee por quinta vez un periódico del día. Y cruza unas cuantas frases hechas con los que entran. "Quina calor!". "I què hem de fer?". "Ara toca".

En las tardes estivales, rehúyo esos nuevos locales de música a todo volumen, camareras uniformadas, productos con nombres extranjeros, cartas de precios astronómicos, colores de moda y baldosas de colorines. La verdad es que me producen más calor todavía.

Nada como el café de toda la vida. Donde la única música que escuchas es la del desvencijado ventilador. Donde la mirada perdida del dueño sobre noticias que ha leído varias veces, representa el estrato intemporal de la abstracción y el ensueño. Donde todo transcurre a medio gas.

Como manda la temporada de verano.

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