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Palma a la vista

Turismo de churros

Estampa de verano en Palma, 2016.

En la microeconomía del mundo turístico que nos alimenta, se come churros. La ensaimada es un mero recuerdo que compran en forma de imán de nevera en un souvenir de esos que abundan en la Catedral y alrededores. El turismo de élite, el que paga no menos de 200 euros la noche, sí consume local, con alguna concesión a Francia y su champán. El de alpargata parece ser un poco más castizo.

En el vientre de la ciudad antigua, en el cruce de callejuelas donde algunos buscan huecos de sombra, un turista de bermuda y camiseta ceñida, de chancleta y uñas sin limar, se acerca a una mujer que aventura debe ser del lugar. Sus acompañantes dan vueltas como abejorros frente a una flor. Chapurrea un poco la lengua del lugar. Eso le concede autoridad y liderazgo en aquel grupo de turistas.

"¿Xurri, por favor?", demanda. La mujer, que sí, ciertamente es local, no entiende ni papa. "¿Se me está insinuando?", se pregunta. Su expresión les sorprende a los acompañantes, pero al líder no; incluso le envalentona. "¡Ssurris!", insiste modificando la pronunciación. Peor. La de Palma le contesta, "¿pero qué quiere usted?", mirando a otro residente que pasa por el cruce de callejuelas, ya a merced de un sol para protección 50 como mínimo.

"¿Dónde xurris, ssurris?", insiste el turista poniendo una banderilla de extrañas onomatopeyas. Solo al mover su mano y acercársela a la boca se comprende que habla de comida. "¡Churros!", acierta ya sin balbuceos. "¡Ah no, aquí comemos ensaimada!", le contesta airada la lugareña, que se aleja, algo enojada, de la escena.

La dulce afrenta no deja mal sabor de boca a nadie porque entre golosos es la lid pero algo se estará haciendo mal cuando turistas que vienen a Mallorca quieren comer churros y no ensaimada.

Es probable que al esforzado visitante se le hubiera traspapelado además de la lengua, la guía de bolsillo ya que la escena ocurre a dos manzanas de can Joan de s'Aigo, uno de los templos del tradicional dulce de Mallorca.

Además está el asunto de la temperatura. Qué desconcierto, a 30 grados y pedir churros. Al menos la ensaimada puede, suele, servirse a temperatura ambiente, en invierno se las calienta y en verano, si uno no corre, se comen apergaminadas. Da igual, porque casi siempre se acaba mojando. Al churro también, sí claro, pero es de Madrid.

Desconozco cómo acabó la pequeña historia de macroeconomía. Si esos turistas de chancla y bermudas encontraron sus ansiados xurris o si por defecto acabaron relamiéndose las comisuras de los labios pegajosos tras haberse rendido al producto local, la inefable ensaimada.

Quienes aventuran que somos lo que comemos, pensarán entonces que los turistas que vienen a Palma son unos churros. Sin ánimo de ofender. Estamos hablando dulcemente.

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