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Palma a la vista

Ciudad colchón

Trabajadores de Emaya frente a la Menorquina. feliu renom

En Palma estamos ciegos o somos murciélagos. La aparente paradoja tiene que ver con la aclaración que esta semana hizo Neus Truyol, presidenta de Emaya, sobre los trastos de Palma. Según ella, "hay menos pero son más visibles".

Día sí y día también nos desayunamos una de colchón tirado, manchado, en toda la frente. No satisfechos, almorzamos una ración de sillas, butacas, sofás desvencijados. A la hora de la comida, queremos aligerar el peso, y nos conformamos con una ración de bolsas de basura apiladas al lado de los contenedores. De acuerdo, no son trastos, pero es uno de los objetos de recogida de Emaya. Por la noche, caemos sobre el colchón de la mañana. Tenemos sobredosis de desechos.

Si la responsable de Emaya se felicita del éxito obtenido por su campaña Tira'm els trastos, ¿por qué tiene que aumentar las multas? En Ciudad colchón no salen los números. Las sanciones se aplican porque falló la educación, paso previo para erradicar malas costumbres. Claro que ser cívico, aprender a respetar al otro, es una carrera de largo recorrido, y para eso no tenemos ni tiempo ni ganas.

¿Qué les pasa por la cabeza a las personas que echan a la calle el mobiliario viejo, la ropa que ya no les cabe, los zapatos que no calzan, incluso los botes de pintura acrílica que les ha sobrado en la renovación de su casa? ¿Tanto les cuesta sacarlos el día que la empresa de recogida pasará por su domicilio?

Algo falla cuando una campaña tiene que aliarse con las multas, triplicando algunas de sus sanciones, como es el caso de la recogida de trastos que presentó Emaya el pasado otoño. Algo muy grave ocurre en una sociedad en la que da igual lanzar el envoltorio a la calle, o escupir, o dejar la basura tirada, sin ni siquiera dejarla en una bolsa. ¿Somos guarros en Ciudad colchón?

Si no lo somos, nos estamos volviendo adictos a la suciedad y, si no, somos demasiados indolentes. ¿Dónde está el fallo? Ni siquiera el centro de la ciudad, ese que se vende a miles de euros el metro cuadrado, ese mismo que se lanza en redes sociales como la mejor de las mejores ciudades, se salva.

Las joyas de Palma en arquitectura conviven a diario con los desechos de esta sociedad. No le son ajenas las basuras a la Catedral, ni a Bellver ni a la Lonja. Muy cerca, los contenedores de basura suelen aparecer llenos, hasta arriba.

Ya tuvimos un contencioso con el fiasco de la recogida neumática que unos políticos de cráneo privilegiado nos colocaron en el centro histórico de la ciudad. Solo la naturaleza nos ha salvado porque morir de belleza es una cosa, y morir de suciedad es otra. En Palma estamos de empate. Y de alguna manera, todos somos responsables.

Quizá la medida disuasoria de elevar la cuantía de las multas acabe dándonos un respiro a tanta suciedad. Es del todo probable. Solo aprendemos cuando tenemos que rascarnos el bolsillo. ¿Se puede ser más tonto?

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