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Crónica de Antaño

El 18 de julio de 1936 en Palma

Celebración de un 18 de julio en la cruz que estaba entre la Almudaina y la Seu.

Este mes se cumplirán ochenta años del golpe de estado ("Alzamiento Nacional", como lo denominó el franquismo) que tuvo lugar en 1936 contra el gobierno de la República Española. Fue fraguado por los poderes fácticos del país los cuales se sirvieron del sector más reaccionario del Ejército, las organizaciones paramilitares fascistas y una parte importante de la jerarquía eclesiástica, para llevar a cabo su cometido. Los golpistas solo consiguieron hacerse con una parte del territorio, hallando resistencia en varias capitales y provincias, lo que originó la Guerra Civil, que sin duda fue el peor enfrentamiento fratricida de la historia de España.

Hacía ya varios años que la oligarquía más inmovilista necesitaba dar "un golpe de fuerza". Ese anhelo aumentó tras las elecciones de febrero de 1936 en que el Frente Popular ganó las elecciones. Por tanto, la sombra de estas fuerzas antiguas y antidemocráticas se cernía sobre la República desde el mismísimo año treinta y uno, aunque eran muchos los que pensaban que no era más que eso: una sombra. Pocos se imaginaban que esa amenaza podría desembocar en un guerra sin precedentes.

La vida en Palma durante el mes de julio de ese año, era de lo más normal. Jean A. Schalekamp en su libro Mallorca any 1936, describe el viernes 17 de julio como un día cualquiera: "la tranquilidad y la normalidad eran absolutas [...] Por la tarde, después de la siesta, empezó el paseo de los ciudadanos a la sombra de los plátanos del Born y de la Rambla. Las terrazas estaban llenas de gente que tomaba la fresca. Nada hacía pensar que la situación pudiese cambiar de un momento a otro".

Aquellos que iban a participar en el golpe de estado, militares y fuerzas paramilitares (falangistas, requetés€), llevaban días esperando una contraseña de la Península para actuar en la isla. Mientras tanto, el representante del gobierno de la República, el gobernador civil de Baleares, Antonio Espina García, que apenas llevaba una semana en el cargo, personaje más intelectual que político, absorto en sus libros, permanecía liberado de toda preocupación. Otras autoridades de la isla, menos inocentes, sí estaban apesadumbradas por lo que pudiera pasar, especialmente tras el asesinato, el 13 de julio, de José Calvo Sotelo (líder del partido monárquico de Renovación Española).

Según cuenta Alfonso Zayas, jefe de Falange en Baleares, durante los días previos al golpe, todos los cabecillas locales de su organización, repartidos por los pueblos de Mallorca, permanecieron movilizados en sus casas a la espera de una consigna. Habían recibido órdenes de, una vez dada la contraseña, acudir con sus "columnas" a Palma con el fin de sumarse a la sublevación del Ejército.

Durante la mañana del sábado 18 de julio llegó a la ciudad la noticia de que acababa de iniciarse una insurrección del Ejército en Marruecos. A algunas autoridades y representantes de la izquierda les perturbó la noticia. El gobernador civil, en cambio, estaba convencido, al igual que mucha más gente en aquellos momentos, que los incidentes de Marruecos se solucionarían sin mayor problema. Muchas fueron las personas que visitaron la sede del gobernador civil durante aquella mañana. Según Arnau Company, autoridades como Emili Darder, alcalde de Palma; Jaume García Pastor, presidente de la Diputación; Ignasi Ferretjans, regidor del Ayuntamiento; o el dirigente comunista Andreu Sureda, junto a otros miembros del Frente Popular, fueron a hablar con Antonio Espina. Este había citado al comandante militar de Baleares, general Manuel Goded, para tratar el asunto. Goded, que formaba parte del grupo del general Mola, disimuló ante el gobernador haciéndole creer que era leal a la República. Espina creyó al taimado general. Pero mientras Goded se entrevistaba con el gobernador, los cuarteles estaban preparados para el golpe. Lo mismo pasaba con los falangistas y requetés. Estaban todos atentos en espera de la señal.

La contraseña secreta llegó esa misma tarde en forma de telegrama a casa del médico José María Mulet: "María dió a luz un hermoso niño día 14 a las 5. Ambos hoy perfectamente bien. -Pedro". Ya no había marcha atrás. A la mañana siguiente se debía declarar el estado de guerra. Ya durante la noche del sábado al domingo, mientras la mayor parte de la ciudad dormía tranquila, en los cuarteles se estaba en vilo. Al mismo tiempo, los falangistas se reunieron en el Círculo Mallorquín y de allí fueron distribuidos en puntos estratégicos de la ciudad. Esa noche, también estuvieron vigilantes los principales dirigentes de izquierdas: la mayoría de ellos se reunió en la Casa del Pueblo, mientras Emili Darder estuvo hasta las diez y media de la noche en el Gobierno Civil. A medianoche, el gobernador Espina tuvo un encuentro con los representantes del Frente Popular. Estos solicitaron armas para entregar al pueblo, pero Espina se negó rotundamente y los intentó tranquilizar: "el general Goded me ha dado su palabra de honor [referente a su lealtad a la República], y en esto confío".

A las siete de la mañana el ejército se desplegó por la ciudad. A las siete y media, Goded declaró el estado de guerra en todas las Baleares y ordenó la destitución de todas las autoridades civiles. También advirtió que quien se opusiera a sus órdenes sería fusilado. El Ayuntamiento, Correos, el Gobierno Civil, las estaciones ferroviarias, la oficina de teléfonos€ Todos los puntos estratégicos fueron ocupados por los golpistas. Todo fue muy rápido. Apenas hubo resistencia -murieron dos jóvenes fruto de un malentendido entre falangistas y militares-, pero muchas detenciones. La ciudad se despertó sumida en una gran confusión, aunque los más avispados se percataron enseguida de lo que estaba ocurriendo. Uno de los testimonios impagables e importantes que nos ha llegado es el de Josep Pons, un joven veinteañero, republicano liberal y masón: "Era domingo. Salí a la calle. Serían aproximadamente las nueve de la mañana. Estaba tan absorto en mis pensamientos que, al pasar por el Café de Can Martí, no me fijé en lo anormal del ambiente. Tuvo que ser un señor de edad, marino retirado quien me dijera: -¡Qué desgracia, hijo!... Los fascistas están en la calle. En efecto. En la calle de San Magín, en la esquina del Café Cuba, había cinco o seis mozalbetes de quince a veinte años, con camisa azul marino y fusil en ristre. Me dio la sensación de una bufonada". En cambio, al pasearse por la ciudad presintió "que la guadaña se hacía cargo de la República". Después de esa mañana empezó el desastre. Los ojos de aquel chico despierto de veintitrés años fueron testigo de cómo "en Mallorca, desde el primer momento, todo estuvo en manos de los rebeldes. Se llenaron las cárceles, pero como no bastaron, se habilitaron los locales necesarios€ Muchos no llegaron. Quedaron en el camino y por los caminos€ Aquí, en esta bella isla, también se dieron paseos, pero las cunetas no hablan€".

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