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Palma a la vista

Las pequeñas cosas

Un picnic en una playa urbana al ponerse el sol. ¡Ni Jean Reno!.

Los anuncios de cerveza se están convirtiendo en los promotores de Balears. Todos ellos enmarcados en el actual aire vintage que cotiza al alza, presentando una idea del Mediterráneo de marca que se queda en la costra, sin entrar en la chicha. ¡Cosas de la publicidad! Con todo, apagan nuestra sed porque uno sale con ganas de beber birra a litros, ¡incluso a quien no le gusta esta rubia!

El último de Estrella Damm insiste en el tópico del disfrute de las pequeñas cosas, como unas gambas rojas a 30/40 euros el kilo que quizá el señor Reno se podrá permitir, pero no el común de los mortales. ¡La publicidad, ja, ja, ja! Sin restarle méritos al anuncio, que los tiene, contar que como hijos de latinos que somos los mallorquines practicamos el carpe diem, aunque muchos no sepan su significado, hace siglos. El hedonismo lo llevamos cosido a los genes, sin entender muy bien qué es eso del código genético. Basta darse un paseo por el litoral urbano para encontrarse con escenas inmemoriales: la mesa de playa, las sombrillas, las sillas, las colchonetas, las tarteras, la pelota de plástico forman parte del attrezzo de una película sin guión, sin caracterizaciones, sin actores de renombre, sin dirección ni cámaras. Solo las ganas de disfrutar "de las pequeñas cosas".

Estrenamos mes y avanzamos a la canícula. Todas las alarmas ya se han disparado. El abulte de población, mucha de ella a bordo del coche de alquiler, forman parte de esa otra realidad de un verano de masas. Contaba un guía que este año está llegando más turismo francés. Menos mal que el anuncio que protagoniza Jean Reno es de cerveza y no de vino, porque si calmase su sed con morapio, tendríamos el desembarco de los descendientes del Rey Sol a cientos de miles.

Los que no pueden permitirse el veraneo, hacen un atillo con sus pequeños deseos, los meten en un tupper y se los comen en playas urbanas como la de Can Pere Antoni, el Molinar, Ciudad Jardín. Se encuentran con amigos, con familias, sus hijos hacen cabriolas grandes al borde del mar mientras el sol se vuelve tan pequeño como una mancha rosa que se desvanece en un sorbo de cerveza. O, en el ya asimilado tinto de verano que es costumbre importada porque un mediterráneo jamás mezclaría tinto con gaseosa. ¿Quizá sí? Si hacen un anuncio y lo ponen por la tele, seguro que sí.

Cuando la ciudad se convierte en una pequeña cosa, que tan bien ocurre, sus residentes salen de sus cuevas, cierran la puerta de sus pisos colmena, y se van a hacer picnic de playa. Enfrente, los más mayores observan sentados en un banco del paseo, ese último baño del día con un gesto agridulce porque el tempus fugit sabe a limón y a chocolate, nunca a cerveza; quizá a vino rojo. ¡Somos latinos!

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