El letrero Liquidación por cierre que desde meses atrás cuelga de Casa Roca tuvo ayer su último día de vida. La centenaria papelería echó el cierre a 166 años de vida desde que la abriera en 1850 Francisco Roca, tatarabuelo de Catalina Torrents, el último eslabón de la familia y a la que le ha tocado decir adiós.

"No puedo dominar mis sentimientos", decía llorosa a primera hora de la mañana cuando el comercio ya recibía a los clientes de siempre y a otros que aprovechaban la rebaja del cincuenta por ciento hasta el último momento. Se acercaron también antiguas empleadas, algunas de ellas con sus niños en el cochecito. Catalina preparaba el cava y los dulces.

Ella decidió vender un par de meses atrás, convencida por sus hijos de que era lo mejor. "Están contentos, y siguen pensando que debía haberlo hecho antes", comentaba. Catalina Torrents no solo pone a la venta la papelería sino el edificio entero, obra del arquitecto Francisco Roca. El ayuntamiento lo ha incluido en su reciente catálogo de patrimonio que le da una protección que no tenía.

Las ofertas de compra del inmueble, situado en la calle Hostals, tienen diversidad geográfica. Hay un empresario mallorquín, y otros alemanes y suecos, interesados en hacerse con Casa Roca. Su aún propietaria no sabe a ciencia cierta en qué acabará la que ha sido durante más de medio siglo algo más que su casa.

"No sé si alguno querrá hacer un hotel, aunque no lo creo; pienso que los interesados prefieren quedársela para reformarla como vivienda particular", comentó ayer Catalina Torrents. Negó haber recibido alguna oferta de la Administración.

Desde que saltó la noticia del cierre y la liquidación de miles de productos se formaron colas en la popular papelería.

Los vecinos viven el cierre como otro éxodo inexorable. "El barrio ya no será el mismo", le decían a Catalina, quien arropada por sus empleados, Mati Salamanca, la más veterana con 43 años despachando, Natalia Arias , Mane Camino y Carlos Fernández, sobrelleva el cierre voluntario, "aunque penoso, porque he pasado media vida aquí".

El origen está en las cerillas

Francisco Roca, masón y librepensador, dejó Cataluña y se vino a Palma. Aquí empezó a vender papel de fumar, y del tabaco a las cerillas. Montó la fábrica La Mistera. Le sucedieron en el negocio sus hijos Ricardo y Eduardo, uno de ellos, Ricardo fue presidente de la Cámara de Comercio. Al morir sin descendencia, Casa Roca fue a parar a los sobrinos, Domingo Torrents y Francisco Vidal Roca. El primero fue el abuelo de la actual propietaria, Catalina.

Hombre emprendedor y con visión de futuro, encargó al arquitecto modernista Francisco Roca la nueva cara de Casa Roca. "Quería hacer unos grandes almacenes", apunta Catalina, pero la crisis del 29 echó por tierra sus planes de expansión; no el edificio, que ahí sigue, en la trastienda de Sindicat.

"Este barrio, las cuatro calles, siempre han sido como un pequeño pueblecito", insiste Catalina. Sin embargo, la presencia de nuevos propietarios, en su mayoría nórdicos, están otorgando otro aire a la zona. "Yo creo que los propietarios del Palma Suite han dado vida al barrio". Ella lo despidió ayer con un brindis entre amigos.