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Memorabilia

Nos educan para muchas cosas. Puedes realizar másteres y cursillos. Incluso tutoriales por Internet. Mejora profesional, técnicas plásticas, música, mecánica... Pero nadie nos enseña nada sobre una de las asignaturas más importantes de la vida: la gestión de nuestros recuerdos.

Si hiciésemos una investigación profunda, veríamos hasta qué punto la memoria del pasado nos condiciona a todas horas. Muchas veces de forma inconsciente. Como un telón de fondo. Otras, directamente. Cuando el peso de lo vivido acaba incluso por igualar al de los acontecimientos del presente. Los recuerdos nos marcan la vida. Nos encienden las luces de colores que producen la felicidad, o crean las sombras murciélagas de la desgracia. Forman parte sustancial de nosotros. Igual que esos paisajes tan precisos y detallados que aparecen como fondo en los cuadros del Renacimiento. A veces más importantes que la propia figura.

Una buena gestión de recuerdos nos haría la vida mucho más agradable. Una Memorabilia que nos enseñara por ejemplo a mantener vivas las sensaciones del pasado, para que no se sequen como ocurre con las flores que metemos en los libros. Que te ayudara a precisar esas cosas y lugares que te infunden un secreto bienestar. Lugares, paisajes, músicas. Y pudieses ordenarlos y cuidarlos, como si fuesen una colección de Stradivarius. Dándoles brillo y aceites para que no pierdan su vigor.

La Memorabilia te aconsejaría también sobre cómo prescindir de las cosas que debemos olvidar. Esos recuerdos que conviene envolver con un fuerte papel de estraza y meterlos en la estantería más remota del olvido.

Los recuerdos acaban por convertirse en un capital. En una forma de entender el mundo y a sí mismo. En un destino.

Y nadie nos enseña nada sobre ellos.

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