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Sa Torreta

Limpiabotas: limpian, dan brillo y fijan

¿Agua o una pócima especial para limpiar el calzado?

El último limpiabotas de Palma con puesto fijo estaba en el aeropuerto. Al menos en mis recuerdos. Se llamaba Alejandro Herranz y ejercía en la primera planta de la antigua terminal A. Con la ampliación de 1996 se trasladó al nuevo edificio. No era un limpia cualquiera. Vestía uniforme azul oscuro con raya diplomática y charreteras doradas. Quien no estuviera al tanto de su pacífica función podía confundirle con un mariscal de campo.

Otro emplazamiento fijo de limpiabotas estaba la plaza Major. Tenía su trono, o eso parecía por la altura en la que quedaba situado el cliente, debajo de los soportales. Estaba adosado a la primera columna a mano derecha apenas se abandonaba la calle Sant Miquel. El escenario en el que ejercía era rojo y los carteles de corridas de toros pegados a las paredes proporcionaban un aire typical spanish muy propio de los años prototurísticos.

Probablemente había más profesionales del betún y la gamuza en otros rincones de la ciudad, pero los más abundantes eran aquellos que, como el de la foto de Torrelló, recorrían los bares en busca de clientes. Y también el paseo del Born, donde decenas de pares de zapatos esperaban en los bancos laterales una mano experta que los limpiara, les sacara brillo y fijara la nueva capa de color. Llevaban una cajita con un asa central en la que el cliente apoyaba la suela. Una vez instalados, sacaban dos piezas de material rígido que colocaban a modo de protección entre la parte interior del zapato y el calcetín, untaban la piel con el betún y con enérgicos movimientos de un trapo extraían un brillo deslumbrante donde antes solo había un negro triste y apagado. Por cierto, no he logrado descifrar qué saca el limpia de la foto de la botella. ¿Agua o una fórmula secreta?

Nunca me gustó utilizar los servicios de un limpiabotas. Creo que jamás acepté sus proposiciones. Quizás porque tener a alguien casi de rodillas a mis pies me hace sentir incómodo. Sin embargo, ahora que casi han desaparecido porque el imperio de la zapatilla, la chancla y la sandalia se ha impuesto a la elegancia del calzado, casi los echo en falta.

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