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Palma a la vista

Turismo de borrachera

Ejemplo de casas o "villas risueñas" en Las Maravillas. Enfrente hay un bar alemán. L.D.

No debería extrañar a nadie que en la Platja de Palma se haya cobijado la peor de las mafias durante años al amparo de la administración tal y como se está viendo gracias a la tenaz y férrea labor de algunos jueces. La corrupción es la norma. El silencio, lo habitual. Mallorca es siciliana.

Los paisajes idílicos parecen despertar las bajas pasiones. La belleza encubre lo peor de las personas. Donde apenas un siglo atrás pescadores, canteros y algún que otro avispado negociante levantaban las primeras casas de recreo en la zona entre s'Arenal y Can Pastilla, que aún no recibía tal apodo, hoy se corren las mayores juergas alcohólicas de la ciudad, con permiso de Magalluf. Se trata de viajes organizados con la única finalidad de beber a bajo precio. Poco importa que a escasos metros esté una de las playas más bonitas de la isla. Les da igual. Hay un turismo de borrachera. Lleva años dejando millones de euros en esta isla.

La paradoja de la semántica es múltiple en el submundo de la Platja de Palma. En el medio se sitúa el llamado barrio o zona de Las Maravillas, codo con coco a Sometimes, en el mismo lugar donde está el paraíso de los alemanes que chulean a la autoridad porque les da igual las amenazas. Tienen la sartén por el mango. Bussiness is bussiness. Money is money.

Frente al bar que cada año monta fiestas donde se le hace la ola a la cerveza porque se la consume como si fueran náufragos sedientos, sigue en pie un "risueño ejemplo de casa o "villa" que aún quedan en el que fue el mejor arenal de la isla. Me sirvo del término "risueño" que acuñó el arquitecto Gaspar Bennàssar cuando describió esos primeros chalets construidos por la clase media empresarial mallorquina que jamás podría haberse imaginado en qué acabaría esa industria turística que algunos de ellos empezaron a levantar, confiados en que a Mallorca la visitarían cultos viajeros europeos, los mismos que se desmayaban frente a Santa Maria del Fiore en Florencia.

No solo nos visitaron sino que incluso algunos de ellos, como Joan Miró o Robert Graves, eligieron la isla para vivir en ella, pero les hemos sido indiferentes y apáticos, señas de identidad del mallorquín que se precie. ¡Así nos va!

Nos va tan bien que algunos se han hecho millonarios gracias a este turismo de masas, que llega de la mano del alcohol. No estamos en las listas del turismo sexual porque la prostitución aquí es más cara que en algunos países de Asia.

Volvamos a Las Maravillas, donde en el interior, cerca de las pocas dunas que aún quedan, en las zonas boscosas de pino y lentisco, pasan parte del año vecinos que saben muy bien lo que significa tener a dos pasos una calle que balbucea, bebe, ríe, mira, se emborracha, habla, baila en alemán. Si eres indígena ni te miran. Tú eres el turista en su feudo.

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