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Palma a la vista

Los cambios de un lustro

Puerto del Molinar y a lo lejos, el Portixol. feliu renom

Hay dibujos que hablan más que las fotografías. Feliu Renom se puso a dibujar a mano alzada el pequeño puerto del Molinar y a lo lejos el del Portixol. La dársena es limpia, apenas hay embarcaciones en su primer plano. Es una estampa que podría estar fechada en la primera mitad del siglo XX, vehículo aparte.

Si el médico volviese a dibujar hoy el pequeño puerto, desde el mismo ángulo, sus líneas limpias deberían abrirse paso a una más que notable presencia de barcas, pequeños botes, llaüts y algún que otro velero. Es un claro ejemplo del crecimiento exponencial de la ciudad.

No muy lejos, se está librando una batalla que planta cara a planes ambiciosos de hacer de lo pequeño, grande. Las ampliaciones a veces nos salen caras. Algunas veces, también son necesarias. La clave está en los límites. Crecer ¿a qué precio? Desde las cárceles se están escribiendo páginas porque algunos ya están pagando por su codicia delictiva.

Si observamos el dibujo de Feliu Renom te entra una nostalgia enfermiza, algo proustiana. Y nos han metido en la vida líquida para quitarnos de la boca las madalenas. La escala es de ciudad de provincia, o como él mismo apunta en su pequeño escrito que acompaña el dibujo en su libro sobre la ciudad, "los del Molinar y los vecinos del Portixol son los últimos marineros indígenas, antes de entrar en el exclusivo territorio de los megayates". Ahí te quiero ver, moreno. Esa es la cuestión.

Una ciudad cada vez más polarizada. Riquísimos de marina, dueños de super yates, junto a una flotilla de "indígenas" cada vez más empobrecida. Solo que quien nos busca, quien nos elige, lo hace por la belleza de rincones como el que dibujó cinco años atrás este médico aficionado a los lápices. Muchos de esos ricachones buscan retazos de pequeños puertos. Quieren que Capri siga siendo la de Axel Munthe pero a todo trapo. Con Mallorca les pasa igual. Ya ven que no es novedad la fascinación de los suecos por el Mediterráneo.

Lo curioso del dibujo del pequeño puerto es la fecha en la que está hecho, 8 de enero de 2011. ¿Es posible que en tan solo un lustro hayamos cambiado tanto? ¿O es que el día que el médico catalán sacó el cuaderno y afiló el lápiz todos los dueños de las pequeñas embarcaciones se hubieran echo a la mar, en invierno?

Solo dos personas habitan el dibujo. Sentados, sobre el muelle, como en la canción de Otis Redding, quizá abismados en las ondas del agua, o en una charla escueta de monosílabos y muchos silencios. Así hablaban los indígenas de nuestros abuelos. Hace dos días.

Hoy vamos a pedales y no hay tiempo para charlas. El dibujo cambiaría sustancialmente. Entre las bicis, los patines, los monpatines, los corredores con perro y otras modalidades del jogging, no hay quien tenga un respiro.

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