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Palma a la vista

Miami está en el polígono

Hay una luz prodigiosa en esta ciudad que es también periferia. L.D.

Hay otras ciudades más allá del perímetro histórico. El peso de la monumentalidad tiene precio. Vivir cerca del patrimonio está provocando ataques de ansiedad a más de uno de sus residentes, y no porque padezcan el mal de Stendhal que se desmayaba ante tanta belleza. Aquí los colapsos llegan ante la avalancha de turistas que engordan a unos y adelgazan a los demás. Nada nuevo, por otro lado. No seamos cansinos. Llevamos décadas dándonos con la misma piedra. No seamos masoquistas.

Sin embargo, la vida también discurre por otros derroteros: pagar al banco esa letra que vence, hacer cola en el médico para saber si esa mancha es peca u otra cosa, entender qué diantres le pasa a tu pareja esta primavera o porqué este chófer del bus conduce como si fuera Alonso. Nuestra cotidianidad de personas normales no debe arrojarnos en brazos de las hipérboles. Esas exageraciones se las dejaremos a los poetas. Total siguen sin blanca, y aún así le cantan al lirio de la acera de enfrente.

Palma está preciosa, tanto que da miedo; a compartirla con esos millones de turistas que van a entrar a la isla a cientos por minuto. Sudor nos entra de pensar que el privilegio de tanta belleza nos iba a dar una de cal y otra de arena. ¿Qué pensábamos, que el turismo iba a ser gratis? No hay industria limpia.

A la espalda del Palacio de Congresos, donde se concentran algunos sin papeles para dejar de serlo, hay un barrio con palmeras y casas modestas. Cuando el sol les cae de plano, al mediodía, la sombra de las palmas dibuja entre sus ventanas una idea ilusoria de que la vida puede ser fácil. Parece Miami, o Santa Barbara en California, pero no, es el polígono de Llevant, un territorio goloso.

Hasta que lo veamos convertido en bulevar donde los patinadores harán piruetas a la puesta de sol y los que puedan beberán cervezas, donde se instalará algún que otro hotelito, de esos que llaman de ciudad, donde pasearán los congresistas, sí, esos que acabarán llenando uno de los edificios que le ha salido más caro a Palma, la vida humilde sigue.

En esto terrenos yermos del polígono de Llevant, donde se arrojaron a los inquilinos de la transformación de sa Gerreria, muchos de ellos gitanos, y también donde años más tarde se les cambió a algunos de los militares que vivían en los pabellones militares del Baluard del Príncep, veremos el crecimiento de la ciudad. La forma que adopte, quiénes vivan en esta zona, dependerá en gran medida de la Administración, pero qué duda cabe que se van a hacer grandes negocios inmobiliarios. A dos pasos del mar, qué más quieren. Miami está en el polígono.

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