En los escaparates de Casa Roca hoy colgarán letreros que nadie habría querido ver: Liquidación por cierre. Tras más de 166 años abierto, el popular comercio de la calle dels Hostals cerrará en julio. Su propietaria, Catalina Torrents Ibáñez, sexto eslabón de la cadena iniciada por el empresario catalán Francisco Roca Paretes, propietario de un comercio en Portaferrissa en Barcelona, quiere vivir. "No quiero que me metan en un ataúd con una factura entre las manos", ironiza. El domingo pasado les comunicó a sus tres hijos en el Bar Bosch que cerraba la popular papelería de Palma. No solo cerrará sino que pondrá a la venta el edificio, obra del arquitecto Francisco Roca, el mismo autor del discutido monolito de sa Feixina, con el que no tienen parentesco alguno pese a la coincidencia de apellido.

"Estamos tristes, aunque lo decimos con la boca pequeña. Pero todo se ha puesto en contra. El cambio social, económico, no favorece seguir", indica la propietaria, sentada en su mesa de trabajo, rodeada de fotografías de su madre, sus hijos y sus nietos, y el retrato pictórico del fundador, su tatarabuelo Francisco Roca Paretes. "En cierto modo, me siento abandonada porque cuando un cliente entra en Navidad y me cuenta que sigue la tradición de comprar en Casa Roca, yo le invito a hacerlo siempre, no solo en fiestas". Su hijo, Mariano Cazador, describe algo similar: "Escuchar: ´Sabía que en Casa Roca lo encontraría´, no es bueno, porque significa que se han recorrido todos las papelerías y almacenes de Palma y que al final vienen aquí", se lamenta.

Hotel

La idea de su propietaria, y aceptada por sus herederos, no es liquidar solo el comercio sino poner a la venta todo el edificio. "Un hotel no estaría mal porque los que se han abierto aquí cerca le han dado vida al barrio. Sus clientes son turistas de mayor calidad. Muy respetuosos", señala Catalina Torrents. Algunos de ellos entran en la papelería, le piden permiso para hacer fotos y hay quien compra figuritas de papel para sus nietos. Asegura que nadie, por el momento, le ha hecho una oferta inmobiliaria.

El edificio, de 800 metros cuadrados, consta de tres alturas a los que sumar dos últimos pisos de la finca vecina. Fue su abuelo Domingo Torrents, el que dio un aldabonazo al negocio ya que de la primigenia casa de cerillas y de librillos de papel de fumar, La Mistera, que se hacían en La Soledat y se comercializaban en la trasera de Sindicat, la convirtió en la que se conoce como Casa Roca. Inicialmente, la idea era de la utilizar todo el edificio del arquitecto modernista como grandes almacenes, del tipo de El Siglo de Barcelona. "Menos mal que desistió porque mira lo que ha sido de los otros almacenes... Ya habríamos cerrado mucho antes", cree.

No niega que la crisis les ha tocado. "En 2013 me mantuve y un año después empaté. Mi crisis ha empezado en 2015. Me di este año de prueba pero tras el primer trimestre, para qué esperar. Casa Roca no somos un museo", recuerda.

Los cinco empleados, Mati, la más veterana; Sara, Natalia; Mane y Carlos, siguen despachando. "Son buenos trabajadores, y leales", apunta la dueña del comercio. Catalina Torrents dejará de vivir en la finca pero no abandonará el centro de la ciudad. "No me preocupa el después. Tengo muchas aficiones, leer, ir al cine. Casa Roca ha sido muy chupóptera. A mis 72 años sigo teniendo ganas de vivir".