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Palma a la vista

Historias de la 711

El mojón de Alfóns el Magnànim L.D.

El On the Road de Palma da pistas. Fuimos del agro antes de ser de asfalto. De las boñigas de las vacas al alquitrán de la carretera. Hoy, en lo que originariamente fue el Camino Real, que conducía de Palma a Sóller, frente a un comercio de chinos, hay un mojón de piedra. Los tachones apenas dejan ver el número de la carretera, la 711, kilómetro 2. Era de primer orden.

El hito de piedra ha perdido el color, el verde que indica que es una carretera autonómica de segundo orden. Pasa desapercibido ante la contaminación visual de una calle con inquilinos tan moviditos como la conselleria de Educació i Cultura, el Institut Josep M. Llompart y la gasolinera. Ésta última, perfecta para hacernos una idea en sepia de aquel camino polvoriento que ha sido nombrado de muy diversas maneras. El peso de la Historia le ha caído encima. Le pasa por estar en el Camino Real que conducía de Sóller a la villa medieval.

Cuando Calvet hizo su plan urbanístico de la ciudad, al querer darle rango de vía urbana se la conoció como calle F, la que iba desde la puerta de la muralla, la llamada de la Porta Pintada o Santa Margarita a la bifurcación entre las carreteras de Sóller y Valldemossa, en la plaza de Abu Yahya.

El baile de nombres continuó y en la República, se le puso en 1933 el nombre del abogado laboralista Francisco de Layret, republicano, catalán, que fue asesinado por sus ideas en 1920. Le asesinaron después al quitarle el nombre los franquistas. Le tocó salir a la calle al capitán Salom, militar de artillería que murió en la batalla de Manacor y al que los vencedores quisieron rendir homenaje. De paso supurar la molestia de un nombre republicano en la calle.

El capitán duró hasta 2009, cuando la Ley de Memoria Histórica eliminó los honores a los franquistas y sus símbolos. Se le bautizó con el nombre de Alfons el Magnànim. El bucle se consolidó. Lo que fue un Camino Real vuelve a tomar nombre de un rey de Mallorca.

Sujetos a nuestras costumbres, incluidas las del habla, aferrados a las denominaciones, nos molestan los cambios de dirección. Cuando la calle Capitán Salom perdió su rótulo y se le cambió por el del monarca, los vecinos no dudaron nada en protestar. Que si perdían cartas, que si les resultaba muy difícil adaptarse a un nombre tan largo. Los propietarios de negocios se quejaron lógicamente del gasto que les ocasionaba cambiar el nombre a sus tarjetas de visita, a sus papeles de envolver, a sus agendas. Hoy ya todos circulamos por Alfons el Magnànim sin mucho lamento. Pronto quién se acordará del capitán franquista. Igual que nadie sabía que un día se llamó Francisco de Leyret y mucho menos, Camino Real. Olvidados como ese mojón de la 711.

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