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Palma a la vista

El Mollet espera

Se van cerrando algunos de los locales comerciales del contramuelle. L.D.

No hay cantos de sirena. No hay lágrimas azules. Tan solo un ruido monótono de coches que van y vienen, dejando en tierra chiquillos de regata o buscando aparcamiento para aliarse a la noche y sus múltiples ofertas. Solo de madrugada, vuelve a sonar parecida banda sonora, la de una calle que sigue oliendo a aceite de barco, a tripas de pescado y a barnices. El Contramuelle está en compás de espera, del nuevo Plan Director del Puerto, un punto y aparte en la ciudad según se hagan las cosas.

Autoridad Portuaria y Cort tendrán que dialogar, ver de ajustar prioridades. El anterior equipo estaba a favor de sacarle rentabilidad a toda costa, incluso echando a un lado a los pescadores, los genuinos habitantes de un barrio al que se le sigue llamando pesquero aunque cada vez se parezca más a un area de estacionamiento.

Apenas hay sitio para que los pescadores tejan sus redes, remienden los agujeros que provoca uno de los oficios más duros. Hoy se busca hueco en el mar o en el subsuelo. La capa freática se abrirá las carnes para acoger una nueva idea, la de construir un aparcamiento subterráneo frente al Paseo Sagrera. La idea está también en el limbo de los proyectos. Queda trecho a una iniciativa que barata no va a ser. Quién sabe si acertada.

A la vez, se ha vuelto a dar voz a la idea de convertir el paseo Marítimo en bulevar, restando espacio para los coches y cediéndolo al ciudadano de a pie y a dos ruedas. Una idea que se debió haber llevado a cabo antes de que el ingeniero Roca, siguiendo la tendencia de la época, diera prioridad a coche, porque nos hacía europeos. Eso creían. Europa lleva años dándole matraca al tráfico rodado. Aquí estamos llegando tarde.

Parece que hay buena onda entre Autoridad Portuaria y el Ayuntamiento. Incluso hasta en los dineros. A ver si de una vez por todas se avanza en un urbanismo razonable, bien hecho y que estética y financieramente sean intachables.

Mientras, un pequeño pero no menos importante paso son las obras que prolongan el Moll Vell para acercar Antoni Maura al mar. De nuevo, convertir Palma en una ciudad más transitable, más sana.

Y ahí en el medio, ese goloso pasillo en el que algunos quisieron colocar un hotel de cinco estrellas, idea que no se ajusta al Plan director que se quiere impulsar desde el equipo de Hila y Noguera. Para él hay quien tienta un museo marítimo, el eterno novio abandonado. Mientras ahí siguen unos cuantos veteranos, entre ellos el restaurante Can Eduardo, los Astilleros Mallorca y el Club Náutico. Se añora el bar de los pescadores, que regentaron hasta 2013 Rogelio Sánchez y Magdalena Satre. Por supuesto, ahí siguen la Lonja del pescado y tiendas de productos de la mar.

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