Diario de Mallorca

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Crónica de antaño

Palma durante la Revolución Francesa

Una oleada de refugiados galos, con harapos y sin apenas equipaje, desembarcó en la ciudad a finales del siglo XVIII para huir del conflicto

Un barco con bandera francesa entra en el puerto de Palma (el actual muelle viejo), en una pintura anónima del siglo XIX.

Habiendo empezado la Revolución Francesa, mientras se dirimía el futuro de Europa y el terror se cernía sobre Francia, Mallorca vivía desbordada de entusiasmo por la proclamación de "la humilde violeta de Son Gallard", sor Catalina Thomás, como beata. En palabras de Miquel dels Sants Oliver "aquello [la proclamación] no fue ya entusiasmo: fue delirio [€] La beatificación de la virgen valdemosina fue algo que tocó en la médula de nuestro pueblo y en el centro vital de sus afecciones. Indiferente para la sabiduría, para el arte, para el valor, la muchedumbre sólo vibraba de veras cuando el sentimiento religioso la sacudía".

Efectivamente, la sociedad mallorquina de finales del siglo XVIII, a excepción de un pequeño grupo elitista de ilustrados, era indiferente a cualquier tipo de espíritu crítico, ajena a los avatares sociales y políticos de la época. Por ello, la repentina oleada de inmigrantes franceses que desembarcaron en Palma huyendo de la Revolución, fue un imprevisto que cogió por sorpresa a la mayoría de los palmesanos. Para muchos de aquellos refugiados galos -dado su aspecto desaliñado, con sus ropas convertidas en harapos, sin apenas equipaje- parecía que la Revolución también les había cogido por sorpresa. En algunos de aquellos nuevos rostros que ahora transitaban por las calles de Palma se podían leer recientes persecuciones, penalidades, fugas y sobresaltos, difíciles de imaginar por los ciudadanos locales.

No es exagerado afirmar que, en aquellos momentos, Palma se llenó de canónigos, vicarios generales, obispos, nobles, funcionarios de la realeza, artesanos, negociantes, relojeros, sastres, armeros, panaderos, jardineros... procedentes del país vecino y que con su presencia se dio una tenue modificación de las costumbres y modo de vivir de sus habitantes. Los Canut, los Saint Simon, los Aymar, los Espagnac (luego España)€ son algunos apellidos de aquellas gentes que llegaron a la ciudad. Al principio, fueron acogidos con cierta indiferencia y despreocupación por parte de los mallorquines, como si los problemas de aquellos extranjeros no fueran con ellos.

Todo cambió cuando a principios de 1793 llegó una noticia que dejó estupefacta a la mayor parte de la población: el rey Luis XVI de Francia había sido guillotinado. Aquello iba en serio, pensaron, y por lo tanto podía llegar a afectarles. Fue entonces cuando el miedo se apoderó de no pocos mallorquines. Aquel pueblo que meses antes había festejado la beatificación de Sor Thomassa, ajeno a lo que sucedía a su alrededor, ahora sentía como un intenso escalofrío recorría sus venas. La preocupación no fue cosa de un día. El temor no cesó. De la capital francesa no dejaban de llegar noticias alarmantes que perturbaban el buen sentir de las gentes, especialmente del clero y de la nobleza, conscientes de ser los que tenían más que perder. Creó un gran impacto en el ánimo de los palmesanos la noticia de que el altar de Notre Dame de París había sido consagrado a la Diosa Razón, representada al desnudo por una bailarina de la Ópera. O también el suplicio de María Antonieta que fue narrado con desgarro y sin descanso en todas las tertulias de la ciudad.

Aunque hoy sabemos que la Revolución, a pesar de las atrocidades cometidas, significó el nacimiento de la democracia y las libertades europeas, en aquellos momentos, ni remotamente, era esa la idea generalizada que circulaba por Palma. Antes al contrario, no fueron pocos los que, enardecidos por más de un fraile exaltado que desde el púlpito hacía proclamas inquietantes, no dudaron en identificar los días del anti-Cristo del Apocalipsis, con lo que estaba sucediendo en la capital gala.

A pesar de lo hasta ahora expuesto, hay que admitir que no todo el mundo vivió estos hechos con pesadumbre. Entre el grupo elitista ilustrado, aglutinado alrededor de la Real Sociedad Económica de Amigos del País (recordemos, fundada en 1778), los hubo que, aunque fuese de forma soterrada, no vieron en la Revolución Francesa sino la posibilidad de cumplir sus ideales. Entre este grupo de mallorquines destacaron Antonio Montis y su hijo Guillermo, Antonio Desbrull, Marcos Rosselló o Esteban Bonet, entre otros. Además, recibieron el apoyo explícito del que sería el obispo de Mallorca y participante en las Cortes de Cádiz, Bernardo Nadal y el vicario general, Juan Muntaner. A estos nombres, más adelante, se les añadirían los de algunos peninsulares que vivieron en Palma, como por ejemplo el magistrado de la Audiencia, Isidoro Antillón, el impresor Miguel Domingo o el militar Joaquín de Porras.

Ahora bien, las ideas políticas y sociales de ese pequeño grupo, embrión del liberalismo mallorquín, al principio no se manifestaron. Seguramente no era la mejor ocasión para hablar de profundas reformas políticas en un momento en que la guillotina no dejaba de teñir de sangre las calles parisinas. Tal como nos recuerda Miguel Ferrer Flórez la iniciativa política "se inicia tímidamente a finales del siglo XVIII y aflora manifiestamente a partir de junio de 1808 como repercusión de los graves acontecimientos ocurridos el 2 de mayo en Madrid". En plena Guerra de la Independencia aparecieron claramente dos postulados ideológicos y antagónicos entre sí, los cuales se aglutinaron en dos opciones políticas: el absolutismo y el liberalismo. La posición conservadora, defensora del Antiguo Régimen, intrínsecamente ligada a la tradición y a la religión; frente al liberalismo, hijo del enciclopedismo y la Ilustración, que abogaba por la modernización del Estado, el cual -frente a los privilegios multiseculares de la Iglesia y nobleza- ahora debería asentarse en la soberanía nacional. En aquellos momentos, nadie era consciente, pero todos ellos estaban asistiendo al nacimiento de "las dos Españas".

(*) Cronista oficial de Palma

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