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Chucherías

Chucherías

Justo es reconocerlo: uno ha tenido siempre una cierta debilidad por los puestos de venta de chucherías. Tal vez se remonte a los años de la infancia. Entonces, en las esquinas se levantaban unas pequeñas barracas pintadas de verde donde un hombre cetrino y malhumorado vendía caramelos, chucherías, cacahuetes, altramuces y otras ofertas infantiles. Curiosamente, pocas veces aquellos 'cacahueros' parecían contentos con su clientela. Mostraban más bien rechazo y hastío por los niños que se acercaban para comprarles regaliz envuelto en papel de estraza.

Esos bazares de la chuchería han cubierto una cierta evolución. Desaparecidos por consunción aquellos tenderetes callejeros, los sustituyeron las tiendas con diarios, chuches y juguetes de pequeño calibre. Con la gran ventaja de que, al ser ahora un local cerrado, los olores se hacían mucho más presentes. ¡Y qué olores! Esa impregnación dulzona y afrutada, que todo lo contagia. Que despierta recuerdos profundos del pasado en los adultos y una especie de apetito insaciable en los niños.

La tercera fase que uno ha conocido es relativamente reciente. Cuando aparecen auténticos supermercados de chucherías. Los niños toman su cestita y van seleccionando los chiclés, regalices, lacasitos con la seriedad de una persona mayor. Y cuando salen se entregan al deguste pantagruélico de tanta mercancía.

Esos hipermercados de la chuchería siguen con el dominio emborrachador de los olores. A lo que se les une la gran variedad de colores y formas. Otro de los aspectos auténticamente irresistibles de estos productos. Aunque ya no tengas edad para consumirlos a puñados, te puedes pasar largo tiempo admirando sus tonalidades y formas.

Y es que las chucherías contienen el secreto de esa sensibilidad infantil que todos llevamos dentro. Por su ingenua simplicidad, su apelación al mundo de los sentidos, su totalidad del gusto y del azúcar. A lo que se une una cierta inclinación a la gula y la desmesura, que también compartimos las personas mayores. Por más que uno quiera creerlo, nunca te acabas de jubilar del mundo de la chuchería.

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