Uno de los conflictos más habituales en la vida cotidiana es la dicotomía orden/desorden. Origen de todo tipo de discusiones y pedagogías. Nuestra cultura occidental, heredera del racionalismo, premia siempre el orden como símbolo de la inteligencia y el método. Las cosas ordenadas siguen el canon greco-romano. Cada cosa en su sitio. Las jerarquías y preferencias. Las clasificaciones.

Enfrente, el desorden como herencia púnico-africana. Las acumulaciones de trastos y objetos. La nula clasificación. El caos, la acumulación, el olvido y los secretos.

Probablemente, somos demasiado categóricos al adjudicar lo ordenado a los aspectos superiores del hombre. Mientras que el desorden responde a una especie de primitivismo empecinado. Juicio de valor que no es del todo cierto. Por no decir erróneo.

La ciudad nos ofrece muchos ejemplos. Pero vamos a fijarnos sólo en uno. Los escaparates. Busquemos dos modelos diferentes. El ordenado, a base de todos los productos en fila. Con su nombre y su precio bien visibles. En estantes limpios. Sin confusión alguna. Probablemente, el mejor ejemplo de comercio ordenado son las farmacias. Allí el discurso cartesiano domina por completo. La impresión es de un orden absoluto a la hora de almacenar y dispensar. Y también algunas grandes librerías. O tiendas de ropa.

Pero luego tenemos el ejemplo contrario. Por ejemplo, los escaparates de los anticuarios. En ellos, todo lo que se expone es confuso y abigarrado. No hay un discurso racional, sino una superposición de cosas diferentes, La impresión es de riqueza, diversidad, misterio. Y desde luego, un escaparate de anticuario resulta bien atractivo. Uno podría pasarse horas en su contemplación. Precisamente por esa apelación antigua al caos, al atractivo y la sorpresa.

En realidad, lo mismo ocurre con otros aspectos de la vida. Quien mantiene su existencia en un completo orden, apolíneo y bien definido, nunca será tan fascinante como quien resulta imprevisible, contradictorio, sorprendente. De la misma manera que una casa totalmente ordenada pierde la capacidad de secreto que caracteriza a una más desordenada y oscura.

El desorden metaforiza estratos de nuestra vida más profunda. Por eso nos resulta tan irresistible.