La esperada lluvia fue el mejor regalo de Reyes para el campo, pero llegó en el peor momento para los miles de niños que ayer aguardaban impacientes en las calles del centro la llegada de Sus Majestades de Oriente. No son tan Magos como para retrasar el chaparrón que cayó a partir de las 19 horas, aunque lograron un año más llenar de ilusión a los más pequeños de la familia. Los adultos cumplieron su cometido estoicamente, paraguas en mano durante todo el tiempo, ya que pese a que amainaba a ratos, el agua no abandonó la Cabalgata hasta que la comitiva de carrozas y comparsas que acompañaba a Melchor, Gaspar y Baltasar entró en la plaza de Cort.

Los más afortunados fueron quienes acudieron a esperar a los Reyes al Moll Vell, un entorno más apropiado que nunca, ya que este año las carrozas de los tres protagonistas eran barcos precedidos por grumetes, sirenas, olas, peces, medusas, algas y otras plantas marinas, un delfín e incluso el calamar gigante bajo el Nautilus del capitán Nemo en el clásico Veinte mil leguas de viaje submarino. Los asistentes al inicio de la Cabalgata se libraron de la lluvia y, quienes acudieron pronto, presenciaron en primera fila la llegada de otro clásico, el velero de 1841 Rafael Verdera, el barco en activo más antiguo de España.

Con las amenazantes nubes en el horizonte, arribó puntual a las 18 horas y, envuelto en la música de Ivanhoe y Fanfarria alpina, fue abarloado en la zona llamada la Escala Real para que Sus Majestades descendiesen con toda la pompa y boato que merecían en un día tan especial para algunos. Lo fue para los cientos de niños que saludaban tímidamente a Melchor, Gaspar y Baltasar, que hacían lo mismo desde un pequeño escenario que se habilitó junto al muelle. Sin embargo, enseguida acortaron distancias y se aproximaron a la hilera de vallas tras las cuales se agolpaban los fans.

El paseo hasta sus respectivas 'barcarrozas' fue una sucesión de saludos, sonrisas, gritos de "aquí, aquí", caras de asombro e ilusión y hasta de cierto temor por parte de los más pequeños al ver a esos personajes tan extraños acompañados por otros con una vestimenta a juego, los pajes, que por primera vez en esta Cabalgata fueron un hombre y una mujer para cada Mago.

Tras subir a las embarcaciones -una de estilo vikingo para el rey caucásico, una galera para su majestad oriental y un barco con motivos egipcios para Baltasar-, empezaron a navegar en un mar de niños, los que abarrotaron la avenida Antoni Maura, el Born, la plaza de las tortugas, Unió, la Rambla, Bisbe Campins, Rubén Darío, el paseo Mallorca, Jaume III y vuelta por el Born para subir a la plaza de Cort.

La cantante de ópera

La lluvia pilló a Sus Majestades en la plaza de las tortugas, pero no achantó a nadie, ni a los 500 participantes en el desfile ni a los niños que tanto tiempo llevaban esperando. Tampoco dejó de cantar una de las sorpresas de la velada, Madò Caragola, sentada en una concha y cuya voz dejó a muchos boquiabiertos. Se trata de Naida, la cantante 'callejera' de ópera, que suele ofrecer sus recitales en la plaza Major, Oms y Sant Miquel, y que siempre atrae a numeroso público.

Iba precedida por el Nautilus y una sirena a lomos de un delfín, dos de las doce nuevas carrozas ideadas por el director artístico de Trui Espectacles, Antoni Socías, y ejecutadas por la responsable de construcción de la Cabalgata, Anabel González, que ayer hizo fotos de sus creaciones y hoy descansa de tanta gomaespuma de temática marinera.

El agua del cielo y los seres que habitan el fondo del mar fueron los protagonistas, pero también hubo fuego en la carroza de los carboneros, que cerró el desfile y controló con el ojo que todo lo ve -en pantalla de plasma- a los niños que se han portado mal. Hoy han recibido carbón en vez de regalos, por lo que ya saben qué deben hacer para que no ocurra el próximo año.