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Palma a la vista

Los cerebros de L'Ambigú

Eva Martín abrió junto a Cristóbal Rodríguez L´Ambigú, seis años atrás. L.D.

Álex Grijelmo incluye en su lista de palabras "desvanecidas" ambigú. No son palabras "muertas", a su juicio, "porque marcan toda una época", solo que apenas unos pocos la usan. En Palma son muchos los que la mastican porque en la trasera de la iglesia de Santa Eulalia se come y bebe en L'Ambigú.

Eva Martín fue oído atento al programa de Radio 3 que respondía a este nombre. En recuerdo a su devoción musical puso su nombre al negocio abierto junto a Cristóbal Rodríguez, seis años y medio atrás. L'Ambigú abrió brecha en el casco antiguo. Ellos apostaron por el barrio cuando apenas nadie se acercaba a él, y mucho menos por las noches.

"No fue fácil. Veníamos de otro ambiente. Y nuestra idea del negocio era otra. Cuando vimos cómo se instalaban horas enteras para consumir solo una cerveza sin comer nada, no nos quedó más remedio que subir precios de las cañas. Fue el turismo el que empezó a valorarnos. Los nórdicos y alemanes venían porque habían leído la referencia en sus guías", agradece Eva.

No nos equivoquemos. Su pequeño restaurante, aunque con una terraza codiciada que mira de frente al ábside de la iglesia con vistas de primera a sus vitrales y a las gárgolas, es parada y fonda de mucho cliente local. Funcionarios que trabajan en la zona comen su menú, y a la noche, se diversifica la parroquia

Eva lleva en la sangre el mundo de la cocina. Sus padres regentaron durante 25 años el E-Bar--Isto en el centro de Vigo. Su padre, Evaristo, hizo un juego de palabras con su nombre para el restaurante, que fue famoso por sus calamares, chipirones, aunque era la madre quien cocinaba. Evaristo fue coctelero mayor, estuvo embarcado con cableros ingleses. Sus cócteles le granjearon fama hasta alcanzar paladares regios como el del rey Juan Carlos, muy aficionado a su bloody Mary.

Un día, con 24 años, Eva se cansó "de tanta lluvia" y se fue en busca del sol a Lanzarote. Le seguiría Madrid, donde estudió Bellas Artes y trabajó en el mundo del cine como ayudante de arte. Conoció a Cristóbal y se vino con él a Palma.

Él empezó estudiando Psicología pero se aburrió y se formó en Programación Neurolingüística PNL. Quizá sus habilidades terapéuticas tengan que ver con un hecho inusual. L'Ambigú lo abrieron siendo pareja; hoy ya no lo son pero siguen siendo un tándem en los negocios. "Es magia", dice ella. "Somos el cerebro izquierdo y el derecho; yo soy la parte artística, la que me ocupo de que la sopa tenga sal, de la música, de la atmósfera del lugar, y él del marketing, de que las reuniones con el personal sean divertidas y acabemos todos bailando...", cuenta Eva. En su negocio hay una tele que siempre emite el mismo programa. Una sencilla frase: "Sé tú el cambio que quieras en el mundo".

La familia Ambigú ha crecido hasta alcanzar 14 integrantes en verano, y en invierno, 11. "La palabra crisis no ha entrado nunca aquí", dice Eva. Ni siquiera les sacudió la ruta martiana. "No entramos. Fue una buena idea pero no todos la entendieron y bajó la calidad y se acabó haciendo botellón y molestando a los vecinos".

El ambiente es de luces indirectas, cálido, con cuadros de la propia Eva y de Joana Vizcarro y dibujos de su hijo Álex. Le han contado que parte del local fue del antiguo Joan de s'Aigo.

"Nos gustó la zona, ver las gárgolas de la iglesia cuando llueve, las vidrieras, es fascinante", describe la copropietaria del lugar. Su padre murió pero es probable que le prepararía un cóctel Ambigú. "Nuestro lema es se feliz y vive con pasión". Le brillan los ojos. La escucha la cocinera Carla mientras un compañero recoge los últimos restos de la comida. Nada está desvanecido en este lugar porque hay mucha vida, "pasión" y "ganas de ser felices".

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