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Palma a la vista

Ensayo en el parque

Los integrantes de Pasajeros del tren se inspiran en la calle. L.D.

En los primeros días de este otoño caliente, las playas cercanas al litoral de la ciudad aún son escenarios de baño, salvo aquellas que han sido cerradas por el depósito de sustancias contaminantes tras las lluvias caídas. Las de Can Pere Antoni y Ciutat Jardí suelen ser las más castigadas.

Mientras unos se dan los últimos remojos, otros prefieren ensayar en el parque como el trío integrante de Pasajeros del tren. Flamenco armónico le llaman algunos. La guitarra lleva la voz cantante, seguida con respeto y devoción por la flauta, las cajas y el darbouka o tambor marroquí. Hay un profundo silencio cuando el guitarrista toca. Le escuchan con devoción.

Se acercan los paseantes que de lejos se han dejado mecer por una tonalidad suave, un ritmo de llanto de guitarra que al entrarle el tambor se muscula. La flauta vuelve a poner las cosas en su sitio. Flamenco armónico. ¡Pasajeros, al tren!

El trío de músicos ha elegido ensayar en un parque, al aire libre. Preparaban un próximo concierto en una sala cercana a s'Escorxador. Son andaluces que hacen viaje en Palma. Se hacen llamar Pasajeros del tren. Pese a estar al aire libre, están concentrados. Es un ensayo, una lección, unos ajustes, en el parque. Al fondo, el mar.

Alguien se les acerca porque ha escuchado el rasgueo de una guitarra. A lo lejos ve al trío de músicos y piensa que son artistas callejeros. Busca la gorra donde echarles una moneda porque al arte hay que darle una mano, piensa, y, además, "francamente, lo hacen muy bien!", se le escucha decir.

Palma no es Nueva York, obviamente. No es habitual ver tomadas sus calles y plazas como lugares donde tocar música sin más; sin pedir, sin otro ánimo que el de compartir la música. Hay una excelente película, The visitor, en la que a un anodino profesor de universidad le cambia la vida por ser atrevido, por salir de su existencia medida, gris, ordenada. Al descubrir que en su piso de Nueva York viven unos inmigrantes ilegales que han sido estafados, y que son sospechosos por ser negra y musulmán, les deja quedarse hasta arreglar los papeles. Él es percusionista, y el académico no desea otra cosa que saber hacer música con aquel inmenso tambor, el djembe, que su inquilino, el joven palestino sirio, toca siempre junto a más personas en Central Park. Las escenas de la música compartida en el conocido parque neoyorquino son la cadencia perfecta para una película conmovedora.

En Palma se quiso perseguir a los músicos por tocar en la calle, incluso se hizo una normativa que rayaba en la vulnerabilidad de algunos de los derechos humanos. Afortunadamente, se ha dado marcha atrás, y grupos como Pasajeros del tren pueden dar una lección de música en un parque. Sin molestar.

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