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Palma a Palma

Mirar los barcos

Mirar los barcos

En los últimos años, el puerto se ha ido alejando de la ciudad. Acorazándose. La ribera del Passeig Marítim ha estado sometida a una lenta privatización, y la desgraciada decisión de cerrar el paseo del espaldón del Dic de l'Oest suprimió una de las panorámicas históricas de la ciudad.

La gente ya no mira los barcos. Una distracción que era propia de ciudades marítimas como Palma, Maó o Eivissa. Cuando la llegada del buque correo era todo un acontecimiento. Y los ociosos se concentraban para comentar si llegaba con retraso, si iba lleno o no, saludar a algún conocido, recordar la historia del buque?

Los barcos correos que nos unen con la Península han formado parte de nuestra historia desde siempre. La gente los tenía como su segunda casa. Como una pequeña embajada en los puertos peninsulares. Y se acordaba de sus viajes, de placeres o temporales, cuando los veía entrar de nuevo por la rada.

A uno le queda todavía esa querencia, aunque cada vez resulta más difícil mirar los barcos. No hay apenas miradores desde los que seguir las marcas en la pintura del casco. Golpes e incidencias de los atraques. O esos tintes amarillentos, ferruginosos, que se producen después de un temporal. Y son la huella del oleaje severo sobre los barcos.

Hay una magia especial en esos barcos que cruzan de un mundo a otro. Te permiten imaginar cómo estará el tiempo más allá de Sa Dragonera. Ensoñar algún viaje imposible. Colocarte en la cubierta de los sueños para ver pasar las nubes y las gaviotas, aunque en realidad estés en tierra firme. Mirar los barcos es permanecer en un estado de viaje latente. Un antiguo antídoto contra el mal de la insularidad.

Mala cosa cuando una isla se olvida de sus barcos

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