"¡Vamos, maestro!". Enciende la mecha, el cohete silba hacia el cielo, explota el chupinazo y los fiesteros estallan de júbilo. A las doce en punto comenzaron los festejos en honor a san Fermín, el patrón de Navarra. La tradición cambió ayer respecto a la celebración que desde 1998 se organiza en Palma. Por primera vez el Bar España no fue el encargado del jolgorio, que se trasladó a la finca Sa Possessió del polígono Son Rossinyol. "Este año hemos estado a punto de perder la fiesta. Ciutadans y ciutadanes, cabrones y cabronas, nos quedan muchas cornadas que dar", afirmó el torero y maestro de ceremonias Vicente Alberola.

La charanga y el alcohol animaron a los asistentes: eso tampoco ha cambiado. El dato más llamativo fue el de la participación. Unas 400 personas, frente a las 2.500 o 3.000 del año pasado. El nuevo emplazamiento -con aforo limitado y que obligaba a llegar en coche- desanimó a muchos aficionados a los etílicos sanfermines.

Y sobró sitio. Por primera vez en unos sanfermines no hubo apreturas. La gente pudo bailar sin empujones o incluso mirar el móvil con calma. El agua lanzada desde las ventanas y balcones se sustituyó por un aspersor. No faltaron las pistolas cargadas de calimocho o tintorro barato para refrescar el calor sofocante. Muchos se uniformaron para la ocasión con camisetas blancas y pañuelos rojos. Hubo más seguridad: tres vigilantes y una ambulancia controlando la fiesta.

La banda Los Estupendos Burruños se encargó de dar vidilla al acto con temazos como Para hacer bien el amor, ¿A quién le importa o All my loving. San Fermín bailó hasta tarde. Luego la música siguió con batucada y djs.

Uno de los responsables de Sa Possessió, Tomeu Font, destacó que su idea era "dar continuidad a la fiesta para que no se pierda una tradición", independientemente de las cifras de asistencia.