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Podemos y Més pidieron a Soma su apoyo y Joan Aguiló dibujó la Crida

Los grupos políticos de izquierda se muestran más sensibles a manifestaciones como el street art

El niño de Crida, de Joan Aguiló. J.A.

No pintan con nocturnidad. Sacan el espray a cualquier hora del día. En el barrio de Canamunt saludan al vecino Soma y muchos le corean sus grafitis. El I Love Palma de Aguiló que ironiza sobre la avalancha turística en la ciudad es el icono que muchos de ellos se llevan a sus casa sin saber que detrás hay una voluntad clara: "El turismo de masas no aporta nada. Supone mucho gasto para la comunidad y pocos beneficios. ¿Qué dejan tantos cruceristas? Calderilla", elucubra Marc Peris en diálogo con Joan sobre un barrio que sobrevive como puede la invasión de miles de turistas los días de temporada alta.

El grafiti tiene poder, seduce, y los políticos lo saben. Més y Podemos pidieron su colaboración a Soma; para los primeros se sirvió de un dedo sujetando un columpio para hacer correr el mensaje, y a Podemos les pintó la valla; días después sería atacada. Joan estampó en distintas esquinas de la ciudad un niño con la camiseta verde de Crida.

"En los programas políticos de los partidos del cambio se hablaba de arte urbano. Ahora está claro que fluirá más rápido que con el gobierno de derechas porque la izquierda tiene interés social y el grafiti es un valor añadido", señala Joan.

"¡A peor es difícil que vaya...!", ironiza Marc Peris. Ambos tienen claro que "el cambio lo hemos de hacer nosotros", pero les piden que "sus programas no supongan una versión descafeinada".

A Joan, cuando dibujó una cucaracha con el apellido Bauzá, se le pusieron las cosas feas. Le acorralaron tres furgones policiales. "Me dio miedo", admite.

Ninguno ha estado en la cárcel ni ha sido multado. El arte callejero nació con vocación de meter el dedo en la yaga al poder, a cualquiera. "Deben facilitar el trabajo, pero que no piensen que la calle callará", recuerdan.

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